Posibles textos periodísticos Selectividad 2025 PAU


Si buscas textos periodísticos para preparar el examen de Lengua Castellana y Literatura de PAU 2025, este es el lugar. Aquí iré subiendo textos de actualidad para practicar el comentario de texto periodístico.

Preguntas Selectividad Texto Argumentativo

Antes de pasar con posibles textos, recordamos preguntas de años anteriores para desarrollar el discurso argumentativo (pregunta 3 en PAU Andalucía).
PAU 2024. Exámenes titulares, suplentes y reservas
  • En la actualidad, el mundo digital y las nuevas tecnologías ¿dificultan o propician la relación entre padres e hijos?
  • ¿Debe el ser humano vivir priorizando sus sentimientos o la razón?
  • ¿Pueden ser las enseñanzas transmitidas por el profesorado y las experiencias felices vividas en los colegios un bálsamo en 
  • momentos de dificultad personal?
  • ¿Considera que la causa fundamental del sufrimiento humano es el sentimiento amoroso?
  • ¿Cree que las relaciones materno-filiales pueden ser tóxicas?
  • ¿Considera que a través de las pantallas y de las nuevas tecnologías se difuminan las fronteras entre lo real y lo ficticio?
  • ¿Cree que en España actualmente se tienen unos hábitos alimentarios saludables?
  • ¿Cree que el alejamiento de la tierra de origen genera una idealización de esta?
  • Los problemas que afectan a la juventud ¿son relevantes para toda la sociedad?
  • ¿Cree que el grado de formación de la mujer incide en las relaciones de pareja? 
La respuesta consiste en elaborar un discurso argumentativo, entre 200 y 250 palabras, en respuesta a esta pregunta, eligiendo el tipo de estructura que considere adecuado. Aunque en 2025 cambia el modelo de examen de PAU, no se prevé que haya cambios en esta pregunta, aunque es probable que no se pueda elegir entre texto periodístico y texto literario.

Artículos para practicar PAU 2025

LO QUE NOS HIZO HUMANOS

Hay un chascarrillo de Ricky Gervais que llevo semanas buscando sin suerte. Está en uno de sus monólogos y viene a decir que los humanos tenemos mucha jeta: decimos que hemos llegado a la Luna cuando en realidad solo lo han hecho doce de nosotros, que hemos descubierto la teoría de la relatividad aunque la mayoría ni la comprendemos y que hemos inventado la imprenta o internet cuando muchos nos las vemos y nos las deseamos para montar los juguetes de nuestros críos la mañana de Reyes. La teoría de Gervais es que, como especie, vivimos de las rentas de un puñado de iluminados, de los mejores de nosotros, pero que la mayoría somos peatones del GTA, actores que hacen cameos, masa. Y aunque un chiste no es una teoría sociológica, el de Gervais daría para un buen análisis de nuestro tiempo. Nos hace reír porque retrata un fenómeno muy humano: cuando pierde la selección española lo hace sola, pero cuando Iniesta marcó el gol contra Holanda su bota fuimos todos. Decimos que el hombre pisó la Luna y en él reconocemos a la humanidad entera, pero solo unos pocos lanzaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Pero, más allá de este fenómeno, el gag del humorista encierra una verdad mayor y quizá no pretendida: que la cosmovisión moderna reduce lo humano y la humanidad a un puñado de cosas sin duda importantes —la ciencia, la tecnología, el arte, el deporte, incluso la política en un sentido amplio–, pero se olvida con frecuencia de lo esencial. O lo que es peor: no se olvida, pero prefiere vivir de espaldas a ello. Recuerdo el chiste cada vez que me encuentro con un chispazo de verdad. Como cuando conocí a los padres de Araceli, una niña que nació con síndrome de Edwards. Ya durante la gestación les avisaron de que uno de los bebés que esperaban —la madre estaba embarazada de mellizos— padecía una trisomía que le haría morir pronto aunque sin dolor; no sabían si días, meses o, como mucho, muy pocos años después de nacer. Decidieron seguir adelante y su hija vivió tres días, pero lo hizo rodeada de amor. La niña Araceli no pisó la Luna ni pintó una gran obra de arte, pero gracias a su vida de tres días se modificó el protocolo de paliativos perinatales del hospital en el que nació. Desde entonces, las madres pueden hacer el piel con piel con los niños que son como ella. Tampoco han formado parte de ninguna misión espacial mis amigas Inés y Magalí, ni sus hijos Gala y Jaume, ambos con síndrome de Angelman. Las vidas de los dos, que tienen un añito, serán indudablemente más fáciles gracias al tratamiento que evitará su epilepsia, a los andadores que les ayudarán a caminar o al sistema digital que les enseñará a comunicarse a través de una tableta. Pero la condición de posibilidad de todo lo anterior, de sus vidas mismas, es el amor infinito e incondicional de sus madres. Madres que, contra lo que les dice su tiempo, saben que la única capacidad que en última instancia cuenta es la de querer y dejarse querer. Que la gran gesta no es ir al espacio, sino amar, y eso probablemente haya astronautas que no lo hayan hecho jamás. Cuentan que un estudiante le preguntó a la antropóloga americana Margaret Mead cuál consideraba que había sido el primer signo de civilización de la Humanidad. Todos esperaban que dijera que el anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Pero Mead respondió que el primer signo de civilización humana fue un fémur que alguien se fracturó y que luego apareció sanado. Lo que nos hizo humanos en la cueva no fue el fuego ni el arado sino el amor.

Ana Iris Simón
El País. 8 de febrero de 2025

LA PALABRA "MENA", UN PROBLEMA PARA LA RAE

Al principio, la humanidad hablaba un mismo idioma, lo que les decidió a emigrar hacia el país de Senaar. Una vez allí fundaron la ciudad de Babel y comenzaron a erigir una torre tan alta que rozase el cielo. Dios se percató de la arrogancia que acompañaba el propósito y descendió a la ciudad. En su viaje constató que la humanidad sería capaz de cualquier cosa que se propusiese mientras hablase el mismo idioma. Ante tanta soberbia, impuso un castigo repartiendo distintas lenguas entre los hombres. La confusión hizo que se abandonasen las obras y la humanidad se dispersó por toda la Tierra. Así es como se cuenta en el Génesis (Gn 11, 1-9).

La existencia de distintas lenguas dificulta el entendimiento, pero no es extraño que, incluso hablando el mismo idioma, no nos comprendamos. Aquella presunta maldición se transformó en un regalo. Así, la diversidad lingüística es uno de los más preciados tesoros culturales de la humanidad.

La dificultad para la comprensión recíproca, en ocasiones, no radica más que en la falta de respeto y de amor fraterno hacia el prójimo.

Este año, la Real Academia de la Lengua, RAE, ha incluido la palabra “mena” en el diccionario, y esta es definida, acepción cuarta, como: “Inmigrante menor de edad que no cuenta con la atención de ninguna persona que se responsabilice de él”.

De este modo la RAE, incumple, al menos parcialmente, su función de fomento de la unidad idiomática y de garantizar una norma común, pues prescinde de que mena es un acrónimo con carga peyorativa que deshumaniza a niñas, niños y jóvenes que están en una situación de protección. El desnudar el acrónimo de la carga despectiva que le es inherente supone legitimar a quienes manosean la desnudez, en cuanto falta de abrigo, de niños y niñas solos en un país que no es el suyo.

La categoría infancia migrante atesora las especificidades de la minoría de edad y de la condición de extranjero, aglutinando a las personas más vulnerables por cuanto más expuestas a violaciones de derechos humanos. Los niños y niñas constituyen el 14% de la población migrante, y más del 40% de las personas refugiadas son niños y niñas. De ellas una parte se desplaza sola o se ha visto separada de sus familiares adultos por el camino.

Para dar una respuesta jurídica adecuada a esa realidad, el Reglamento de Extranjería en el año 2011 introdujo el concepto de menor extranjero no acompañado, que derivó en el acrónimo mena.

Este acrónimo se extendió indebidamente más allá del ámbito jurídico, usándose de modo impropio a veces para designar sin base alguna a niños extranjeros, con independencia de que fueran migrantes o hubieran nacido en España o de que estuvieran solos o acompañados. Además, comenzó a usarse con un carácter despectivo y estigmatizante para vincular a los niños migrantes con hechos delictivos.

El principal efecto perverso del uso de este acrónimo, es que evita nombrar a la infancia migrante como lo que es: niños y niñas, convirtiendo en sustantivo lo que en realidad es adjetivo, su condición de personas extranjera y migrante. Invisibilizando su infancia, es fácil negarles la protección y los derechos que le corresponden.

El uso que habría de legitimar su inclusión en nuestro diccionario no cuenta con el consenso con el que la RAE lo ha avalado al incorporarlo al diccionario: su uso se restringe a España, ya que en el resto de la comunidad de hablantes del español no se usa; además su utilización no es pacífica: las organizaciones de derechos humanos, las entidades especializadas en infancia y los profesionales del ámbito psico social deploran su uso y el Colegio de Periodistas de Cataluña y el Consejo de la Información de Cataluña (CIC) han pedido a los medios que aún usan el término mena para referirse a los menores no acompañados que dejen de hacerlo al considerar que deshumaniza a estos jóvenes y los convierte en el blanco del discurso del odio.

Detrás de ese acrónimo encontramos vidas, vidas de niños y niñas con nombre propio, con historias que, como ciudadanos de un Estado de derecho, nos han de interpelar porque transcurren entre las coordenadas de la huida y de la barbarie y la obligatoriedad estatal de detección y protección.
No se trata de un modismo lingüístico, es un acicate para consagrar en el discurso público la deshumanización del otro.

Quizá la RAE para definir una palabra como mena, en un idioma sin fronteras como es el nuestro, tendría que ser más estricta en su clasificación y definición, acogiendo toda la complejidad que subyace a todo fenómeno nombrado a través de una unidad lingüística.

Por eso, instamos a que se reconsidere esta decisión, porque ni su uso es correcto, ni es común, ni es respetuoso con los Derechos Humanos. Ninguna disciplina es ajena al compromiso con los derechos humanos, y de entre todas la del estudio y cuidado de la lengua es imprescindible para construir un relato que humanice y dignifique, cuide y ampare a los más vulnerables, protegiéndoles de un discurso de odio que se construye con palabras.

En todo caso, si el diccionario debiera contener esa palabra, es imprescindible que sea definida como un término peyorativo y despectivo y que la RAE desaconseje su uso.
Debemos evitar que, como dijo Albert Camus, “nombrar mal las cosas es aumentar el sufrimiento del mundo”, y el mal uso que del acrónimo mena se ha hecho en España es un claro ejemplo de ello.

Tania García Sedano 
El País. 1 de febrero de 2025


TE DIRÁN QUE ERES ÚNICO PERO TE CONVERTIRÁN EN OTRO

Te pararán por la calle, o te enviarán un vídeo a través de las redes, te ofrecerán justo lo que tú necesitas —aprender a estudiar en tres semanas, la tabla de gimnasia que por fin te ponga en forma, unas jornadas estupendas en el campo en compañía de personas con aficiones parecidas a las tuyas— y, a continuación, cuando ya hayáis entrado en contacto y vean que estás cogiendo confianza, te dirán al oído que tú no suspendes por vago ni por torpe, ni tienes unos kilos de más por perezoso o comilón, sino porque tal vez tengas ahí en tu interior una pequeña herida mal cicatrizada, un viejo trauma oxidado, puede que una madre sobreprotectora, un padre autoritario, una relación tóxica, y entonces te dirán, ven, ábrete, cuéntanos, ¿ves?, imagínate ahora cómo podrías ser sin todo eso, visualiza tu nuevo yo, es posible, y no solo te acompañaremos, sino que en unos años tendrás tu propia empresa, serás un triunfador, un líder, pero es necesario —añadirán cuando tu emoción desemboque en lágrimas de agradecimiento— que tu compromiso se convierta en pruebas tangibles, que consigas que otros jóvenes como tú se apunten al curso, y si tienes algún problema no se lo cuentes a nadie, solo a tu instructor, y sonríe —te ordenarán —, sonríe siempre, en la calle o en tu cuenta de Instagram, que vean el modelo de líder que ya empiezas a ser.

¿Estamos hablando de Genius, la empresa que, bajo el señuelo de vender cursos de técnicas de estudio, capta a jóvenes con la promesa de sanar sus traumas y convertirlos en líderes, y cuya historia contamos en el último número de EL PAÍS Semanal?

Puede que sí, pero no solo. Tengo delante una vieja carpeta marrón con un nombre escrito con rotulador rojo; los dos apellidos primero, en mayúsculas, el nombre de pila a continuación, en minúsculas.
—¿Y siempre se escribían así?
—Sí —dice con una sonrisa—, pero no me acuerdo de por qué.

Mi compañera Mercedes Chulia, que forma parte del gran servicio de Documentación que siempre tuvo este periódico, ha ido a buscar la carpeta al archivo de papel. Hay recortes ya amarillentos de viejas historias de hace más de 40 años, y también reportajes de otros medios, e incluso la sentencia de algún caso terrible, muy mediático a mediados de los 80 y principios de los 90, que habla precisamente de eso, de líderes jóvenes y convincentes, de grupos sectarios que utilizaron engaños y falsas ilusiones para conseguir sus fines. Y, en el centro y origen de todas las historias de manipulación de la voluntad, surge la misma estrategia: el uso de la vulnerabilidad de las personas —con frecuencia de los más jóvenes— para embarcarlos en un sueño imposible del que despertarán años después, con una sensación de fracaso, vergüenza y culpabilidad.

El psicólogo José Miguel Cuevas, experto en sectas, explica que, aunque al principio no sea fácil de apreciar, hay una gran diferencia entre una estafa piramidal y una secta destructiva. La primera te puede dejar sin dinero, pero de la segunda es muy difícil volver siendo el mismo. “Para tener un absoluto control sobre ti”, explica Cuevas, “este tipo de organizaciones sectarias, ya sean de carácter espiritual o económico, cambian toda tu personalidad, toda tu identidad, te generan un nuevo yo, y para que el control sea absoluto, pueden conseguir que rechaces a tu familia, que te conviertas en un egoísta con los tuyos; te cambian tu forma de ser y hasta el carácter. Es muy frecuente que los familiares nos digan: ‘Mi hija no parece la misma’, o ‘¿dónde está la persona de la que me enamoré?”.

Te dicen que eres único, y a continuación te convierten en otro.

Pablo Ordaz
El País. 25 de enero de 2025

SER NIÑO

Creo que lo que más pesar me produce del sin número de guerras que están sucediendo ahora es la pérdida de la inocencia a la que millones de niños se ven obligados. Además, parece que no nos importa la violencia siempre que trascurra lejos de casa y no perturbe nuestro descanso y su ruido no ahogue nuestra falsa sensación de paz. Los niños no deberían tener que enfrentarse al horror de la incertidumbre, ni a esa sensación de ser nada para el universo. Estamos haciendo caso omiso a las leyes de protección de la infancia con esta moda de “los otros son los malos, y no importa cuantas vidas se pierdan por el camino”. Nos hemos vuelto egoístas e insensibles a dolor de los demás, solo nos importa que las tragedias no lleguen a nosotros.

Por todas estas cosas me parece inadmisible que Elon Musk, en la toma de posesión del reciente presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, hiciera el saludo que se le atribuye históricamente al partido Nazi. Es un gesto que demuestra no tener respeto por la memoria histórica ni por los cientos y cientos de niños que murieron a expensas del régimen dictatorial alemán. La sociedad está cogiendo una vertiente peligrosa porque los seres humanos somos animales de manada y con este individualismo que se está dando en nuestro día a día no nos espera un buen futuro. No sé cómo a alguien le puede parecer bien realizar, en un acto político de una de las más grandes democracias del mundo, el saludo Nazi, sabiendo qué significa. No hablo del antisemitismo de Europa, eso ya es muy conocido por todos. Hablo de las infancia perdidas, de las muñecas sin niños para jugar. Hablo de la última vez que perdimos nuestra humanidad. Ahora parece que tampoco conservamos mucho de nuestra humanidad, ya que nadie ha nadie con el poder de hacer algo, le ha parecido bien recriminar le su actitud.

María Gaitán
La Opinión de Málaga. 26 de enero de 2025

COMPARTIR PISO... CON TUS PADRES

Apenas el 15% de los jóvenes españoles de 16 a 34 años se ha emancipado del hogar familiar y la edad media para independizarse es ya de 30,4 años. Son datos del Consejo de la Juventud de España (CJE) que deberían encender todas las alarmas y no pasar desapercibidos, como sucedió ayer en muchos medios de comunicación. No fue el caso de EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, donde Pablo Tello daba cuenta de cómo el porcentaje de jóvenes emancipados el año pasado era el más bajo desde 2006, al inicio de la crisis económica.

La broma que todos los que vivimos fuera de nuestro lugar de origen hacemos inevitablemente cada Navidad sobre regresar a nuestra habitación de adolescente, es una lacerante realidad diaria para el 85% de los menores de 34 años, que dejaron atrás hace muchos años la adolescencia pero siguen ocupando una habitación en casa de sus padres.

Es cierto que hay razones culturales y de apego a la familia que siempre han existido: mientras en los países del norte de Europa los jóvenes se independizan muy pronto (a los 21 años en Finlandia, Suecia y Dinamarca, por ejemplo), en los del sur se suele prolongar la estancia en la casa familiar (en Grecia, Italia y Portugal, como en España, más allá de la treintena).

Pero son las razones económicas las que explican la creciente dificultad para abandonar el nido familiar: el ingreso medio de un joven en España apenas supera los 1.000 euros, por lo que en muchas ciudades es necesario destinar la totalidad del sueldo al alquiler. No hablemos ya de comprar una vivienda.

Seguir residiendo en casa de los padres a edades tan avanzadas tiene todo tipo de consecuencias, también demográficas. De hecho, explica en parte que España sea de los países europeos con menor tasa de natalidad, de nuevo junto a Grecia e Italia. Hay datos que reflejan anomalías y entrar en la treintena durmiendo en la habitación de adolescente es una de ellas.

Ferran Boiza
El Periódico de España. 17 de enero de 2025

HACÍNENSE, MUÉRANSE

De repente, la vivienda es un criadero de votos, una mina. No lo era ayer ni antes de ayer ni hace cuatro años. De hecho, las viviendas de protección oficial, las pagadas a escote, se vendían, qué digo se vendían, se las regalaban a los compañeros de juerga de los fondos buitre. Se regalaron volquetes de pisos de tres habitaciones y dos baños de usted y míos a plena luz del día. Producía espanto ver a los nuevos propietarios despedir a los antiguos inquilinos de las casas de todos recién privatizadas. Era una orgía de dinero, un desenfreno histórico. Nadie se abrió las venas, nadie fue a la cárcel, nadie fue perseguido, París era una fiesta. La política estaba en otra cosa, los votos debían de estar en otra parte.

Entre tanto, la pobreza aumentaba, las desigualdades crecían y el artículo 47 de la Constitución, el del derecho a la vivienda digna y todo eso, se llenaba de polvo, se apolillaba, se agusanaba, se pudría delante de la judicatura y de la Fiscalía, y de la Cámara alta y de la baja. Pero no lo veían. Quizá habían recibido órdenes de no verlo porque el capital había puesto en marcha operaciones especulativas de gran calado que requerían tiempo. Había que no ver y no vieron, nadie vio.

De súbito, llega enero de 2025 y todos ven. Los ciegos ven. Los ciegos ven un depósito alucinante de votos en la retórica sobre el artículo 47 de la Constitución, recién desempolvado. Ya pueden ustedes gobernar o hacer oposición con el asunto, ya nos hemos forrado. Hablen de soluciones a largo plazo, ofrézcannos ventajas fiscales por sacar al mercado lo sustraído. Aleguen que el problema es complejo. Que la pobreza es simple mientras que el problema de la vivienda es complejo. Adviertan de que no se pueden aplicar soluciones complejas a problemas simples. Queridos contribuyentes, hacínense, muéranse, duerman en la calle, pero prémiennos con sus votos la facundia sobre las soluciones sobrevenidas. Gracias.

Juan José Millás
El País. 17 de enero de 2025

SI BORGES TUVIERA RAZÓN

A mí me da por pensar que es por la prisa, pero lo más seguro es que este estrés de ahora no tenga nada que ver con el olvido y que antes, cuando la vida iba más despacio, la gente también perdía los recuerdos concretos de las cosas que vivía: perdía los olores, las risas o las conversaciones inesperadas que vuelven los días distintos. Puede, eso sí, que quienes nos precedieron tuvieran más entrenadas su memoria porque apenas existían los álbumes ni se hacían fotos de todo ni había teléfonos que les trajeran recuerdos que no les habían pedido. Antes, para mirar al pasado, había que cerrar mucho los ojos, que es algo que todavía pasa: que algunos pasajes solo se ven o se huelen o se vuelven a tocar a condición de tener los ojos cerrados.

Supongo que hacerse mayor implica ser consciente de aquello que vas a olvidar aunque no quieras. No se trata del miedo a los años ni a envejecer, ni siquiera a ir descubriendo la persona que serás cuando dejes de ser este tipo que pensabas que ibas a ser para siempre. Es, más bien, la certeza de que te abandonará la memoria de los gestos y los sabores, de lo que tú mismo pensaste y de la literalidad de una frase que te conmovió tanto.

Por lo general, esos recuerdos tan concretos acabarán siendo una aproximación imprecisa a tu propia vida, el esfuerzo de tus neuronas por revivir cuándo fuiste a tal sitio y qué comiste y con quién. Ideas vagas. A fin de cuentas, no se puede aprehender cada momento. Será una suerte si llegas a ser consciente de él, porque de eso es posible acordarse más o acordarse mejor: de cuando fuimos conscientes de que un momento valía la pena.

Vivo con la inquietud de que mi memoria sepa dónde están las buenas vivencias y que, al ser incapaz de recrearlas con detalle, las edulcore y las mezcle o, peor aún, las invente. Escribí sobre ello porque me daría pena —pena o pavor— un desenlace de ese tipo, por el que terminemos evocando una ficción y construyamos recuerdos que son mentira, o que no fueron.

En esas, tropecé con La olivetti, la espía y el loro, un libro en el que la periodista Lea Vélez recreó y transcribió las entrevistas a grandes escritores que hicieron en el programa que su padre, Carlos Vélez, dirigió durante la Transición. Las transcribió para evitar que el tiempo se las llevara del todo. El programa se llamó Encuentros con las letras y, en uno de ellos, hablaron con Jorge Luis Borges, al que le dio por decir: “Al cabo de los años, no importan los hechos que me hayan ocurrido o no. Lo importante es imaginarlo. Yo creo que la memoria es una de las formas de la dimensión. (...) Podemos imaginar una felicidad que no hemos tenido”.

Si Borges tenía razón, si la memoria era, como a él le parecía, “una forma de literatura fantástica”, la pregunta es para qué vivir, entonces. Qué sentido tiene vivir una vida si luego puedes recrear otra. No parece que haya muchas respuestas más: se vive por los momentos. Por los momentos y poco más, antes de que los abatan el olvido o una imaginación desbordante.


José Luis Sastre
EL PAÍS. 15 de enero de 2025

UN SUCESO EXTRAORDINARIO

Hoy le cedí el asiento en el metro a una chica. No a una chica con problemas de movilidad, sino a una chica en perfecto estado de salud que se sentó prácticamente sin mirarme. ¿Por qué lo hice? Porque iba leyendo de pie, con problemas de equilibrio, Madame Bovary. Supuse que era la única joven del mundo que en esos instantes leía en el metro a Flaubert. De hecho, hice un repaso mental a toda la red subterránea de Nueva York y a toda la de París y a toda la de Berlín y a toda la de Londres (tengo esa facultad: la de adivinar a distancia qué pasa en las redes de metro) y no descubrí a ningún adolescente con ese libro entre las manos, tampoco a ninguna persona mayor, para decirlo todo. Me pareció una singularidad que se merecía un gesto como el mío. La extraña lectora ni siquiera se había dado cuenta de que quien le cedía el asiento era un viejo. Iba tan embobada o embebida en la lectura que se limitó a musitar un “gracias” casi inaudible antes de sentarse. Yo di unos pasos hacia atrás para evitar las miradas de las que estábamos siendo objeto y desde allí continué observándola. ¡Ah, Flaubert, Flaubert! ¡Cuánto tiempo sin recaer en él! En esto, la chica cerró el volumen y permaneció ensimismada unos instantes. Miraba sin ver hasta que algo se despertó en su interior. Entonces volvió los ojos, reparó en mi presencia e hizo el gesto de cederme el asiento. Yo negué con la cabeza, pero ella insistió y no tuve otro remedio que aceptarlo. Acababa de dar la vuelta al mundo para volver al mismo sitio.

La muchacha continuó la lectura del volumen en el pasillo del vagón, sosteniéndolo con una mano mientras se sujetaba a la barra con la otra. Al poco, estaba completamente sumergida de nuevo en ese texto extraordinario. Todos íbamos dentro de un vehículo menos ella, que iba dentro de un libro. Yo he llegado a todas partes dentro de un libro, pero a veces lo olvido y me empeño en llegar de otros modos.

Juan José Millás
El País. 10 de enero de 2025

ABSTEMIOS FUERA DEL ARMARIO DEL MUEBLE BAR

Beber alcohol está demasiado normalizado. Es habitual en el aperitivo de los fines de semana, tras el trabajo, en las fiestas... Si en una reunión de amigos alguien decide pedir agua, un refresco o una cerveza sin, se le pregunta si se está medicando o si le ocurre algo. Ser abstemio sorprende.

Esta Nochevieja ocurrió algo insólito y que fue celebrado en redes: el brindis que dio la bienvenida al año nuevo en Televisión Española fue sin alcohol. Los presentadores, Lalachus y David Broncano, en lugar de descorchar el cava, el champán o la sidra que acostumbran las casas españolas, abrieron una botella de champín, una bebida espumosa 0,0% “especialmente pensada para reuniones y fiestas juveniles”, como reza la web de la empresa granadina que la comercializa, porque —de nuevo— lo normal en adultos es el alcohol y por eso, cuando durante una celebración alguien levanta una copa sin, suele recibir una reprimenda del resto porque “brindar con agua da mala suerte”.

Tampoco vemos mal que uno vuelva al trabajo tras la pausa de la comida con cierto grado de alcohol en sangre por haber bebido con el menú del día. Una enfermera hablaba de esto en X hace tiempo: contaba que vio bebidas alcohólicas en todas las mesas de un bar y que en todas había personas con ropa de trabajo. “Si vas a trabajar después de haber bebido, tu capacidad se va a ver mermada. ¿Qué os parecería si yo cojo una vía a un niño después de haberme bebido una cerveza y un carajillo? ¿A que os parecería fatal?”, tuiteaba.

Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se registran 2,6 millones de muertes atribuibles al consumo de alcohol. En España, la Monografía sobre el alcohol 2024, elaborada por el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones y la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, estimó que en el año 2021 fallecieron 13.887 personas por esta causa, la gran mayoría por cáncer o enfermedades digestivas provocadas por la ingesta de bebidas alcohólicas.

Según ese documento, la frecuencia del consumo en los 16 años —la edad en la que los jóvenes españoles comienzan a beber— ha descendido entre 2012 y 2021. Es un dato positivo: parece que son cada vez más conscientes de los efectos negativos del alcohol y no todos optan por emborracharse para divertirse. Hay muchos que no beben y no tienen miedo de decirlo. Incluso le han puesto nombre al movimiento abstemio, sober curious, una tendencia a la que se apuntan cada vez más miembros de la generación Z.

@elojoquetodolov escribió hace unos días en X: “Tengo primos de 18-20 años y en su grupo de amigos hay muchos que no beben alcohol de fiesta y en general. Es algo que yo no vi de casi nadie cuando tenía esa edad. No sé si es una casualidad o se está dando cada vez más, pero me alegra oírlo”, y compartía un vídeo de la influencer Marta Díaz contando a sus 5,7 millones de seguidores en TikTok que no bebe porque ni le gusta ni es bueno para la salud: “La combinación perfecta para no beber”. “No entiendo por qué tenemos que justificarnos tanto cuando no bebemos alcohol”, le respondía una seguidora; “Yo soy igual que tú y cuando salgo de fiesta lo paso de maravilla y bailo como la que más. No necesito beber para bailar, hablar con desconocidos o reírme a carcajadas”, rezaba otro comentario.

En 2024, numerosas celebridades han dicho haber dejado el alcohol. Una especie de salida del armario del mueble bar: Dani Martín y Jorge Javier Vázquez lo confesaban en estas páginas, Mario Casa y Nathy Peluso lo hacían en La Revuelta con David Broncano, que tampoco bebe una gota. Tampoco bebe la excelente viñetista de este diario Flavita Banana, que cuenta que desde entonces es más creativa y controla y ordena mejor sus ideas y, por tanto, su vida. Ojalá calen sus mensajes en los jóvenes y no tan jóvenes.

José Nicolás
El País. 3 de enero de 2025

TIEMPO DE MANDARINAS

Si no hubiera calendarios nadie cumpliría años. Si no hubiera espejos solo se envejecería en el rostro destruido de los demás. El tiempo sería una fuerza invisible que te iba empujando por la espalda hacia el futuro y en lugar de años cumpliríamos amaneceres y puestas de sol. El oficio de vivir se desarrollaría en consonancia con el ciclo de las frutas de temporada; tiempo de mandarinas, tiempo de cerezas, tiempo de fresas, de melocotones, de uvas, de manzanas. La vida consistiría en atravesar la naturaleza con sus ríos, mares y montañas, con sus lluvias y vientos, nieves, tormentas, cielos azules, brisas placenteras, catástrofes, cataclismos y soles radiantes. Y al final el cuerpo caería del árbol como una fruta madura sobre un lecho de hojas amarillas. Ser joven consiste en hacerse preguntas; ser viejo consiste en creer que se tienen ya todas las respuestas. La edad no cuenta. Durante esa travesía, el joven se pregunta por qué está vivo, qué sentido tiene levantarse de la cama cada mañana, qué hay más allá de los sueños. El viejo sabe de qué se trata. Fuera de la cama está la historia con los triunfos, las derrotas, los honores y todas las infamias humanas. El futuro es todo lo que sucede mientras lo soñabas. El mundo no es más que esa bola de estiércol que arrastra el escarabajo guiándose por la Vía Láctea. Ya que el tiempo está en poder de los relojes y calendarios se sabe que va empezar el año 2025. Para un joven será un año más; para un viejo será un año menos, pero la vida es como el acordeón que puede tocar la misma bella melodía cuando el fuelle se expande y cuando se contrae. Mientras te sientas joven tendrás la sensación de que la muerte es algo que solo les sucede a los demás; en cambio, ser viejo consiste en creer en que solo tú vas a morir y que a partir de ese momento va a comenzar una gran fiesta en el planeta, de modo que después de una larga vida resulta que te vas a perder lo mejor, puesto que al cielo solo van a ir los tontos.

Manuel Vincent
El País. 29 de diciembre de 2024

NOSTALGIA DEL INCENDIO

Éramos burbujas repletas del aroma a lycra de los trajes de baño, del dolor áspero de los hombros quemados por el sol, de las rodillas despellejadas. El equilibrio sobre dos ruedas era un logro extravagante. El entusiasmo brotaba ante cualquier cosa: hacer una guerra de insectos, intentar que una piedra rebotara sobre el agua. Vivíamos cubiertos de escamas de pescado, con las camisetas chorreadas de chocolate, asqueados por el color del helado de pistaccio. Emitíamos grititos como señal de largada de la vehemencia. Escuchábamos todas las historias y estábamos dispuestos a creer en todas: aparecidos, fantasmas, brujas, seres de otro mundo. Lo irreal no era irreal sino asombroso. Vivíamos repletos de insolencia, de miedos primales de los que en realidad gozábamos: qué gozo que hubiera un monstruo debajo de la cama, qué gozo que un animal sigiloso se deslizara por la parte interior de las paredes del cuarto. Adorábamos a diferentes criaturas —cantantes, actores, dibujos animados— con la pasión de los creyentes. Queríamos aprenderlo todo: a encender un fuego con dos palos, a cavar un pozo, a cocinar. Imaginábamos praderas repletas de bisontes y era sencillo inventar una trama de la que ni siquiera éramos protagonistas. Robábamos estupideces. Nada era grave, pero a veces todo nos parecía gravísimo e inventábamos mentiras elaboradas para evitar castigos imaginarios. Esperábamos las Navidades para olisquear los vestidos de las abuelas, para robar los restos de alcohol de las copas de los grandes. Nuestros amigos eran los animales y los árboles. Había que rendirse cada día ante el mandato de otros y reponerse como gladiadores. Aunque triunfábamos solo a veces, aprendíamos de nuestros motines. Sentir nostalgia de eso es como sentir nostalgia de un incendio. Pero ese incendio éramos nosotros. Una llama más en el inmenso ardor de todas las cosas. ¿Dónde estamos? ¿Qué quedó? Salud.

Leila Guerriero
El País. 28 de diciembre de 2024

DIÁLOGOS SELVÁTICOS

En el parque, mientras atardece, observas a tu hijo acercarse a otros niños. Desde la distancia contemplas intrigada sus pequeñas victorias, sus titubeos al vencer la timidez. De pronto, alguien lanza una propuesta y, como en un conjuro mágico, traspasan juntos el umbral imaginario del juego. Sutilmente, el presente del verbo se vuelve pretérito: “¿Vale que éramos detectives?”. Hay que repartir papeles, elegir disfraces, dibujar mapas de territorios inexistentes. Alguna voz se rebelará, surgirán debates y relatos alternativos –somos vampiros o superhéroes–, y por fin emprenderán la aventura con su extraña mezcolanza de ingredientes. “Esta piedra era la puerta de mi castillo”, “aquí había un avión”, “en esta baldosa empezaba la selva”. La diversión infantil nace de un laborioso pacto urdido entre fantasías.
Has sido una charlatana irreductible desde la cuna, pero, al escuchar esa orquesta de algarabía, voces y exclamaciones, intuyes –quizás por primera vez– que la comunicación tiene una cadencia musical. Conversar es acompasar: precisa tonalidad, ritmo y sincronía. Los neurólogos sostienen que el lenguaje agresivo nos impide comprender, ya que nuestra atención se centra en esquivar golpes. Por el contrario, cuando las ideas se expresan con emoción, suavidad y empatía, abrimos un caudal de confianza que fortalece el sentido de las palabras. Nos conviene hablar bien y atender mejor, sin tratar de escudriñar en el prójimo el rostro de nuestras convicciones. Los antiguos griegos, parlanchines incansables, convirtieron el diálogo socrático en género literario. En el Protágoras, de Platón, dos grandes maestros debaten sobre la educación de los jóvenes: Protágoras cree que la virtud es una ciencia y, por tanto, se puede enseñar, mientras Sócrates piensa que tal cosa es imposible. Al final de la reñida –y elegante– pugna verbal descubrimos que ambos han intercambiado las posiciones de partida, y defienden la tesis del contrario con la misma pasión que al comienzo volcaban en la suya. Nunca llegan a reconocer que el contrincante tiene razón, pero son capaces de suplantarlo y asumir su punto de vista. Hablar con los demás exige combinar atención y contención. Si nos sentimos agresivos o malhumorados, es preferible alejarnos del terreno de juego para no esparcir por el universo nuestras miserias y debilidades. En Casa desolada, de Charles Dickens, conocemos al señor Jarndyce, un rico heredero enredado en un pleito interminable. Cuando se siente arisco suele decir que “sopla el viento del este” y se retira para refunfuñar a solas en el “gruñidero”, un cuarto donde nadie más puede entrar. En nuestro presente nervioso, que amplifica los discursos más fieros y selváticos, las redes sociales y el debate público corren el peligro de convertirse en gruñideros. Todos perdemos el rumbo si la agresividad imperante expulsa a quienes podrían aportar ideas valiosas, y solo los más encrespados permanecen. Ahora que la confrontación parece conducirnos al borde mismo del apocalipsis, tal vez sea momento de rescatar el viejo arte de las palabras. Como escribió Marco Aurelio en sus Meditaciones, “la amabilidad, si es genuina y no burlona ni hipócrita, es invencible; porque ¿qué te va a hacer el más insolente si continúas benévolo con él?”. En la película La llegada, de Denis Villeneuve, doce naves espaciales amenazan nuestro planeta. Asediado por la emergencia extraterrestre, el mundo recurre –como no podía ser de otra manera– a una filóloga experta en lenguas antiguas. Su misión consiste en descifrar el lenguaje de las inquietantes criaturas tentaculares, que dibujan sus mensajes con una especie de tinta flotante. Tras infructuosos intentos, el diálogo nace cuando la protagonista logra establecer un lazo emocional con los alienígenas, uno de ellos próximo a morir, y se pone en su piel de calamar gigante. Cuando tenemos menos contacto, necesitamos hablarnos con más tacto. En el fondo no se trata de convencer, sino –como en los juegos pactados de los niños– disfrazarse momentáneamente del otro y divertirse. ¿Vale que éramos gente elegante?

Irene Vallejo
El País. 11 de noviembre de 2024

LA SOLEDAD DEL CUIDADOR DE FONDO

Lo imprescindible no cuenta. El relato dominante deja fuera a quien decide cuidar lo interior. La palabra “economía” proviene del griego oikos, “casa”; en su origen remoto, describía la administración del hogar. La gran paradoja es que, a lo largo del tiempo, la economía se ha mostrado displicente con el espacio hogareño. Nadie duda del beneficio de actividades como criar a los niños, limpiar, lavar la ropa o cuidar enfermos. Sin embargo, salvo que contratemos a alguien para ocuparse de ellas, no computan en la contabilidad productiva, no son relevantes ni crean riqueza o derechos. Incluso la profesión carece de reconocimiento y se paga mal. Arrinconamos esa esfera íntima que, más que una esfera, vendría a ser la cuadratura del círculo. Poco valoradas, excluidas de los grandes indicadores, las tareas domésticas y los cuidados subsisten en el subsuelo social. Parece que no respondiesen a una lógica económica, sino solo amorosa. La economía, nacida en el hogar, no quiere decir su nombre.

Contemplamos los cuidados como un asunto privado, olvidando su dimensión colectiva. Cada cual debe resolver sus necesidades como pueda, con sus solos recursos. Mientras algunos multimillonarios investigan cómo lograr una inmortalidad de élite, los sistemas públicos sufren recortes, y quienes cuidan caen en un desamparo cada día más asfixiante. En la tragedia griega Alcestis, de Eurípides, el dios Apolo concede al corrupto rey Admeto el don de la vida eterna. Para lograrlo, alguien debe acceder de manera voluntaria a morir en su lugar. Obsesionado, el monarca ofrece grandes sumas de dinero a los más pobres de su reino, pero nadie acepta. Al final, su esposa Alcestis, enferma, asume el pacto mortal y asegura así el futuro de sus hijos. Esta muerte canjeable ofrece una metáfora distópica de las sociedades donde el dinero compra la salud —cada vez más negocio y menos derecho—. A medida que gana terreno la lógica del sálvese quien pueda, una parte creciente de los esfuerzos recae en la red de afectos, sin apenas apoyos ni facilidades, y así emerge la soledad del cuidador de fondo.

Las personas que deciden acompañar a un ser querido enfermo afrontan renuncias constantes, agotamiento y aislamiento. Para todas ellas la entrega está penalizada: dejar el trabajo, reducir su jornada, salarios mermados, sueños enterrados, reproches, ansiedad, bregar tensas y demacradas de un sitio a otro. La sociedad entera descansa sobre esos trabajos no remunerados, pero a la vez condena a quien pretende conciliar profesión y cuidados.

Irene Vallejo
El País. 20 de octubre de 2024

ALQUILERES EN VENTA

El precio de los alquileres es un problema en las grandes ciudades que poco a poco expulsan a sus ciudadanos a la periferia o pueblos cercanos. Teniendo en cuenta que el precio medio de alquiler ha subido 8 veces más que los sueldos de los más jóvenes desde la crisis del 2008, a la juventud no le queda otra que compartir piso, quedarse en casa de sus padres o irse a un pueblo apartado de la civilización, donde todavía la especulación inmobiliaria no se haya calzado para echar a patadas a todo ser pudiente. A pesar de lo que les gusta a los políticos hablar y discutir sobre los problemas que no tienen solución o los que se solucionaron hace ya tiempo o incluso sacarse conflictos de la nada hasta ocupar todo el espacio mediático, es difícil que consigan distraer la atención de los afectados, que ya son demasiados. La preocupación creciente -a la par que los precios de los alquileres-, por encontrar un lugar digno en el que vivir sin que eso le quite a uno la posibilidad de vivir dignamente con el dinero que le queda tras pagarlo, está llegando a un límite insoportable y si no se hace nada por remediarlo, no importará a qué partido uno vote que todos se unirán en justa protesta. No tiene sentido que la vivienda se haya convertido en el negocio más sencillo del mundo para los que tienen tanto dinero como para controlar el mercado, todo el mundo quiere y necesita un techo, menos los que le ponen un precio, parece. Es triste ver cómo los barrios se van abandonando de quienes los llenaron y se pueblan de gente que va y viene con prisas, cómo se pierde la identidad de las ciudades en las que crecimos y se venden al mejor postor o impostor vecino.

Jordi Cánovas
La Opinión de Málaga. 15 de octubre de 2024

ESTAR VIVO O MUERTO

Vivir no es solo estar vivo ni morir es solo estar muerto. Uno puede estar vivo y muerto a la vez si por un lado se emociona con la belleza de una tarde de otoño llena de colores rojos y amarillos y por otro ya no se conmueve ante la visión de niños ahogados o destrozados por las bombas. Contra las matanzas de tanta gente inocente que uno se ve obligado a digerir con los alimentos de cada día puedes acogerte como salvación al sonido del saxo de John Coltrane, pero si esa melodía te arranca una lágrima que resbala por la mejilla deberías saber si procede de esa parte en la que aún estás vivo o de la ya estás muerto. Aristóteles decía que las tragedias sirven de catarsis para purificar las pasiones. Sentados en las gradas de los anfiteatros, los griegos de la antigüedad clásica asistían a la representación de los crímenes más horribles que pueden cometer los humanos. Tal vez comían y bebían alegremente mientras contemplaban las tragedias a las que el destino había sometido a Edipo, a Antígona o a Ifigenia. Sabían que la voz de Zeus desde el artilugio de Deus ex machina al final daría una salida. Aquellas tragedias solo eran una ficción escénica y de hecho la belleza de aquellos textos todavía no ha sido superada, pero hoy la carnicería a la que asistimos en vivo y en directo es real y los hermosos versos de Esquilo o de Sófocles han sido sustituidos por imágenes de la sangre a raudales que discurre con normalidad en Gaza, en Beirut o en Ucrania acompañadas por los asépticos informes de los telediarios. No obstante, uno puede apartar la vista de la pantalla y mirar por la ventana mientras suena el saxo de John Coltrane. La violencia y la muerte no dejan de ser una costumbre y tal vez uno ignora que esas masacres a las que asiste con naturalidad acaban por formar parte de la propia digestión. Mientras suena la música y contemplas el esplendor de la tarde de otoño cubierta de hojas rojas y amarillas, si juntas la belleza y la maldad, no sabrás si estás vivo o muerto.

Manuel Vicent.
El País. 6 de octubre de 2024


EN ESPAÑA HAY UN ATAQUE POLÍTICO CADA DIEZ MINUTOS

El embajador en Madrid de un país miembro de la Unión Europea se sincera en privado: «España es un gran país; pero lo malo es que se produce un ataque político cada diez minutos». Qué pena. No parece que sean conscientes los políticos españoles del daño reputacional que infringen al prestigio que podríamos tener. Admirada por tantas cosas y por tantos ciudadanos relevantes y singulares, en la cultura, la empresa, la medicina, la ciencia, la ingeniería o el deporte, España tiene la desgracia de estar sumergida en un microclima político que desmerece su brillantez.

¿Habrá que vivir siempre con esa cruz? Es probable. Unamuno estaba convencido de que «la envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual». Había leído a Aristóteles, que definía la envidia como «el dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás». Ocupar la presidencia del gobierno, de una comunidad, o una alcaldía, por ejemplo, genera dolor ajeno. Y ese dolor se expresa en forma de reacciones agresivas de quienes pretenden esos puestos -que no es solo uno, sino bastantes- que no pueden alcanzarlos de forma inmediata. Si combinamos esos «ataques políticos cada diez minutos» y la envidia como motor de esa agresividad, concluiremos que la paciencia es virtud escasa en estos lares. Nadie quiere esperar su turno.

Pongamos que hablamos de la presidencia del Gobierno. Mal se le tiene que dar a Alberto Núñez Feijóo para no terminar en Moncloa. Escuchar al sabio Jaime de Miquel, excelente analista demoscópico, es confirmar que le va a resultar muy difícil, o más bien imposible, a Pedro Sánchez revalidar una mayoría parlamentaria como la actual. El PSOE, más o menos, se mantiene en intención de voto, pero a costa de devorar a su socio principal, Sumar. Si hoy se repitieran elecciones, aun con los socialistas en 120 diputados, sólo podrían contar con una quincena escasa de diputados de Sumar cuando en la última elección, con Podemos, llegó a 35. Si alcanzar los 176 para la investidura fue una prestidigitación, la próxima vez, salvo milagros, la hazaña se antoja inalcanzable. Ya no hay más conejos en la chistera.

Si esto es así -parte del Gobierno da la sensación de trabajar con mentalidad de tiempo de descuento- habría que rogar a la oposición un poco de paciencia y menos crispación. Todo llegará. Especular con que si faltan tres meses, porque será imposible sacar adelante Presupuestos para el 2025, o un año y medio escaso porque se pueden prorrogar una vez pero no conviene más, es absurdo. Pedro Sánchez, no lo olvidemos siempre hizo con bastante éxito lo más difícil: recuperar la dirección de su partido tras su defenestración; ganar una moción de censura a Mariano Rajoy por la que nadie apostaba; vencer varias veces las elecciones e incluso gobernar cuando en julio del 2023 no fue el partido más votado. Si ha sido capaz de todo eso, resistir es lo más fácil y lo que mejor se le da.

Aunque demonizado por sus oponentes y fustigado por los medios de comunicación adversos, alguna mente preclaras del Partido Popular admite en privado que «es un político diabólico pero con una capacidad temible de hacer política y de descolocar al oponente». El autor de esta frase, que colaboró con Fraga y con Aznar, estima que anunciar casi semanalmente su caída inmediata es un boomerang contra el PP. Transmitir ansiedad por llegar al poder no genera votos. Paciencia. Lo que tenga que llegar, llegará.


Manuel Campo Vidal
La Opinión de Málaga. 30 de septiembre de 2024


BENDITA INMIGRACIÓN

Los españoles acaban de señalar la inmigración como el mayor problema del país. Así se deduce al menos del último barómetro del CIS, donde hasta hace bien poco ocupaba un lugar relativamente marginal. Es una subida espectacular, que se explica por el reguero de imágenes de cayucos arribando a las islas Canarias, los conatos de salto de las vallas de Ceuta y Melilla o la discusión sobre el reparto regional de la acogida de los menores extranjeros no acompañados. O por el griterío de los partidos europeos de la ultraderecha, entre los que nuestro Vox no se queda atrás, que la convierten prácticamente en la única y verdadera amenaza que nos acecha, presentándose a la vez el cambio climático como el cuento de la lechera. La contundencia del dato, ese primer lugar en nuestras supuestas preocupaciones, nos obliga, sin embargo, a tener que afrontar ese debate mirándolo de cara, no dejándolo caer como una noticia más. Entre otras razones, porque va a seguir siendo pasto de la demagogia y la desinformación.

Lo digo sin ambages: o tratamos de hacerlo objeto de un pacto de Estado entre los dos grandes partidos, o me temo que nuestra vida política acabe sucumbiendo al visceral monólogo discursivo que sobre este tema se está extendiendo en otros países europeos. Para el PP puede ser además la vía más directa para acabar de diferenciarse de Vox. Y la coyuntura es también idónea. En el centro de nuestra discusión pública se encuentra ahora mismo la cuestión de la solidaridad entre regiones, la cuestión principal emanada del posible concierto catalán. Se nos llena la boca de apelaciones a ella, pero a la hora de la verdad estamos dejando solos a los canarios con lo que es un verdadero problema humano que son incapaces de resolver por sí mismos. Ahora mismo, la vía de entrada a Europa con mayor crecimiento es la atlántica, y El Hierro se está convirtiendo poco a poco en la nueva Lampedusa. La verdad, he sentido auténtica vergüenza ajena al ver la displicencia y la mezquindad con la que se mercadeaba con la vida de estos jóvenes ―niños, en realidad― abandonados a su suerte.

Va de suyo que hay que hacer frente a la inmigración ilegal y honrar nuestros compromisos europeos en tanto que parte de la frontera sur del continente, pero también el derecho de asilo. Y no podemos perder de vista el endurecimiento que ya se atisba en algunos de estos países con esta cuestión. Países hacia los que transitaban muchos emigrantes o asilados que habían entrado por España pronto procederán a “devolvérnoslos”. Esto, junto con la peligrosa combinación de la explosión demográfica que se espera en África y las consecuencias del cambio climático, hará perentorio abordar esta cuestión desde premisas bien articuladas, libres de politiqueo partidista y soluciones simplistas. Porque, ojo, eso que tendemos a ver como problema en la mayoría de los casos es también una solución para muchos de nuestros grandes déficits. El demográfico es el más inmediato, y de este pende la sostenibilidad del Estado de bienestar en una sociedad tan envejecida como la nuestra. Es nuestra esperanza de futuro, ni más ni menos. Si tratamos de bloquearla activando los miedos al extraño, estamos perdidos. “Lo que más debemos de temer es una sociedad de gente temerosa”, como decía Judith Shklar.

Con motivo de la enfermedad de un familiar he tenido que pasarme estos últimos meses entrando y saliendo de un hospital. Bastante más de la mitad de quienes sostenían la vida hospitalaria venían de fuera, aunque, afortunadamente, ya son tan de aquí como cualquiera. Una y otra vez me he sorprendido repitiéndome, casi como una letanía: “¡Bendita inmigración!”.

Fernando Vallespín
EL PAÍS. 21 de septiembre de 2024

Preguntas texto argumentativo Selectividad 2023 Andalucía

  • ¿Cree que el ser humano se expone demasiado en las redes sociales?
  • ¿Puede el ambiente familiar condicionar, de manera decisiva, la vida de las personas?
  • ¿Buscan los medios de comunicación actuales el sensacionalismo y el entretenimiento banal frente a los contenidos informativos serios?
  • ¿Considera que el amor es imprescindible para alcanzar la felicidad?
  • ¿Cree que la crisis económica actual acentúa las diferencias sociales?
  • ¿Cree que no hay que rendirse ante la adversidad para conseguir nuestros objetivos?
  • ¿Cree que los lazos de amistad que se establecen a través de las redes sociales son similares a los que se construyen de manera presencial?
  • ¿Cree que la sobreprotección de los hijos es contraproducente y a la larga les causa problemas?
  • ¿Pueden los deseos chocar contra la moralidad y el orden social impuestos?
  • La digitalización ¿facilita o complica la vida del ciudadano? 
  • ¿Están los padres preparados para orientar a sus hijos a desenvolverse en la sociedad actual?
  • ¿Puede considerarse la literatura como un refugio?

Textos para prácticar PEvAU 2024

Orgullosos de vosotros
Ana Iris Simón. El País 11/05/2024

En solo unos días habéis conseguido que la Universidad sea pionera en romper relaciones con las instituciones israelíes que no trabajen por la paz. Pero desde tertulias y columnas os dirán que vuestros carteles de cartón no sirven de nada, que cojáis un fusil y os vayáis a Gaza. Con vosotros se aplica una lógica que —gracias a Dios— no opera con el resto. Por eso nadie le pidió a los que se manifestaron contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco que se fueran a perseguir etarras, nadie les dice a los manifestantes provida que si quieren hacer algo significativo tapien las entradas a los abortorios, ni a las del 8-M que monten patrullas nocturnas feministas en lugar de cantar eso de “sola, borracha, quiero llegar a casa”.

Desde sedes de partidos políticos e incluso desde el Congreso os acusarán de no haber montado ninguna acampada después de los atentados del 7 de octubre, pero nadie os echará en cara no haber protestado por los 44 niños palestinos que, antes del ataque de Hamás, ya habían sido asesinados en 2023 por el ejército israelí. Porque lo de la “legítima defensa” vale solo para quienes digan la OTAN y sus palmeros.

Os dirán que no denunciasteis las masacres de cristianos en Nigeria o el Congo, que no habéis dicho nada del éxodo de Nagorno Karabaj. Como si para tener derecho a protestar por un genocidio uno debiera haber protestado antes por todas y cada una de las atrocidades que se cometen en el mundo. Como si en Palestina no estuvieran masacrando también cristianos o como si la comunidad cristiana de Israel no llevara años quejándose de la creciente hostilidad de los sionistas.

Habrá quien os acuse de estar importando otra moda de las facultades americanas, como si apoyar a Israel, que ha asesinado a más niños en ocho meses de los que mataron en todas las guerras del mundo durante el año anterior, no fuera ir a rebufo de los yanquis. Os dirán que con Ucrania no liasteis esta, como si nuestros gobiernos, empresas o instituciones no hubieran castigado a Rusia de formas en las que ni se plantean sancionar a Israel, mediante bloqueos económicos, restricción de visados a sus ciudadanos o incluso desvaríos como cambiarle el nombre a la ensaladilla. Para muestra, un botón: esta noche Rusia no participará en Eurovisión, mientras que Israel sí.

Dirán de vosotros que estáis del lado de Hamás por pedir paz y justicia. Y se utilizará contra vosotros el arma definitiva, el término desactivador por excelencia, la palabra mágica: antisemitismo. Se os llamará antisemitas por recordarnos que el conflicto entre Israel y Palestina no empezó el 7 de octubre. Antisemitas por afirmar que asesinar a 1.200 civiles es un crimen, pero que hacer pagar por ello a un pueblo entero es de ser un criminal. Y si a quien organiza y ejecuta lo primero le llamamos grupo terrorista, sería justo empezar a llamar Estado terrorista a quien hace lo segundo. Por suerte y por mucho que quieran confundirnos, la mayoría aún sabemos distinguir entre judaísmo y sionismo. La mayoría sabemos identificar sus trucos de trileros: manosear una causa tan justa como la lucha contra el antisemitismo para intentar callar a cualquiera que ose criticar los crímenes de Israel.

En estos días, se dirá sobre vuestras acampadas esto y más. Pero también estaremos los que nos sentimos orgullosos de vosotros. De que reclaméis lo que muchos queremos: hechos y no palabras para frenar lo que relatores de la ONU llaman “el primer genocidio mostrado en tiempo real por sus víctimas”.

Negarse a perdonar

José Luis Sastre. El País. 3 de abril de 2024

El otro día hablamos en la radio del perdón y llamó una mujer —Cristina, de Málaga— para contar que se lo habían hecho pasar muy mal en el instituto y que, a los años, uno de los causantes de aquel acoso contactó con ella para disculparse. Todo había prescrito, salvo el olvido y el remordimiento. En realidad, ese hombre removió los recuerdos y contactó con Cristina después de décadas por algo que exigía más de ella que de sí mismo, porque lo que él buscaba era ser perdonado. No llamó tanto para pedir perdón como para que se lo dieran. Supongo que lo hizo para vivir sin culpa, que el perdón se suele rogar por una razón tan egoísta como dormir del tirón o, llegado el caso, reclamar una rebaja de la pena. Ocurre que algunos daños son imposibles de reparar y la culpa es lo menos que te puede quedar, sobre todo si tuviste la oportunidad de echarte atrás y no quisiste.
Que hayan pasado los años no parece una razón o un atenuante, más bien parece una constatación: demuestra que no tuviste el valor de afrontar a tiempo tu responsabilidad, que es un concepto que se usa poco. Se habla mucho del perdón y menos de la responsabilidad y quizá sea porque eso remite más a la ley que a los mandamientos.
Cristina se negó a perdonar porque negarse a hacerlo, aunque tenga mala fama, no significa vivir de rencores. Al revés, dijo ella: “Yo le dije que si quería perdón que llamase a un cura. Perdonarle era ser indulgente”. En ocasiones, negarse a perdonar sólo significa defender la dignidad de tu posición y reivindicar que ni eres ni fuiste menos que nadie y que, en cambio, esos que te trataron como tal te piden ahora la altura moral de la que ellos carecieron. A veces, negarse a perdonar es afirmarse.
Es difícil pensarlo en frío porque todos, en algún momento, tendremos un motivo o varios para pedir perdón por lo que sea, pero conviene empezar a verlo con otra óptica: la carga no puede estar en quien decide si perdona o no, sino en aquel que hizo algo sabiendo que estaba mal. El arrepentimiento puede que alivie su conciencia y resuelva un dilema religioso, pero eso no tiene por qué bastar a los demás. Eso no tiene nada que ver con la convivencia y el civismo.
Es verdad que algunas palabras traen una larga tradición religiosa y las personas creyentes tienen la opción de vivirlas de acuerdo con su fe, pero las ideas del perdón y de la culpa no pertenecen en exclusiva al campo religioso. Por eso, el perdón estará bien si es lo que nos apetece y nos libera, pero difícilmente podrá presentarse como una obligación ética. Puede que suceda como en el caso de Cristina, que lo liberador sea negarlo. Al cabo, siempre queda la resignación, que es otro valor religioso aunque no sólo.
Antes que el inevitable juicio que nos vayan a hacer los demás está el juicio que nos hagamos a nosotros mismos. Cristina, de Málaga, se alivió por el hecho de no perdonar: “No sentí que fuera peor persona ni que fuera a ir al infierno. Yo ya había estado allí”. Llegados a este punto, no sentirse peor persona resulta una proeza, muy parecida a lo que debe de ser la paz de la propia conciencia.

Llorar como Vinicius

Najat El Hachmi. El País 29 marzo 2024

El jugador del Real Madrid se echó a llorar en rueda de prensa al hablar del racismo que sufre en el campo y yo me acordé de las lágrimas invisibles de tantos chavales víctimas de tan absurda discriminación. Lloran los chicos a las puertas de las discotecas que solo hacen uso de su derecho de admisión cuando son morenos los que quieren entrar. Lloran de rabia cuando una y otra vez la policía les pide la documentación y les tocan siempre los registros aleatorios. Se tragan las lágrimas cuando el segurata del tren los trata con un desprecio que no está incluido en sus funciones, cuando desde detrás del mostrador son atendidos como si fueran idiotas, hablándoles muy despacio y a menudo gritando. También sollozarían de frustración si no se impusieran aguantar el tipo cuando en las entrevistas de trabajo ya notan las reticencias del empleador, cuando descubren que les pagan menos que a sus compañeros de pelo liso que, además, siempre ascienden más rápido. Aprietan los puños cuando los mandan a su país, aunque nacieron aquí y son “de aquí de toda la vida”. Para muchos, el fútbol es un espacio donde las frustraciones del racismo cotidiano que llevan pegado a la piel desaparecen porque en el campo lo más importante es la habilidad con la pelota. Y porque no son pocas las estrellas mundiales sobradas de melanina. Desde Pelé, el deporte ha servido a los chicos pobres y encerrados en prejuicios para sacar pecho como seres humanos iguales. Discriminan las personas y quienes tienen en sus manos la igualdad de oportunidades, pero la naturaleza reparte talentos innatos sin fijarse en el color de piel.

Como Vinicius, muchos chicos han crecido teniendo que acostumbrarse al insulto y como él no son pocos los que se han topado con la aparente paradoja de que cuanto más denuncias más te agreden. En realidad tiene lógica si tenemos en cuenta que el racista es un tipo sádico que disfruta viendo llorar a quien discrimina, que no atiende a razones porque su postura es ideológica y nada de lo que se le pueda decir hará que cambie sus creencias. Parte de la negación de la humanidad del que pretende rebajar y ni siquiera el éxito del negro lo lleva a cuestionarse a sí mismo. En este sentido, justificar uno su propia existencia ante él es contraproducente porque supone la aceptación del marco mental racista que ha sembrado la duda. No cabe defensa alguna ante quien no te reconoce, solo seguir con tu camino sorteando los obstáculos y no buscar nunca ni el permiso ni el aplauso de quienes disfrutan odiándote.

El dolor vecino

Rosa Montero. El País 03 marzo 2024
Debo confesar que hace mucho tiempo que me da miedo asomarme a los periódicos. No creo ser la única persona a la que le sucede; en mi caso, eso sí, el temor ha ido empeorando. Puede que la realidad sea cada vez más inhóspita, pero además es probable que yo vaya estando más blandurria, más frágil. También es natural. Contra lo que se suele pensar, estoy convencida de que cuando somos adolescentes poseemos una resistencia casi pétrea, pese a la facilidad con la que se llora en esa época (siempre por uno mismo: es una edad egocéntrica). Y es en la madurez tardía o en la vejez cuando el pellejo se te afina, cuando llueve sobre mojado porque ya has visto o vivido muchos dolores, cuando te conviertes en una princesa que ya no soporta el mínimo bulto de un guisante.
Y ni siquiera estoy hablando de los grandes horrores (Gaza, Ucrania, Sudán…) sino de sucesos más menudos, de un desconsuelo cotidiano que a veces se desborda. El otro día coincidieron estas dos historias: un hombre de 56 años, Carlos, quiosquero jubilado, sufrió un accidente doméstico y falleció, y su madre, una mujer incapacitada de 87 años de la que él cuidaba, murió en su cama de hambre y sed sin poder pedir ayuda. Los descubrieron, por el olor de la descomposición, casi un mes más tarde. Vivían en pleno Madrid y Carlos era el presidente de turno de la comunidad de vecinos. Que nadie se percatara antes de su ausencia me deja anonadada. Si esta noticia-guisante no te ha causado ya suficientes moretones en el espíritu, te cuento otra que venía al lado: en Petrer (Alicante), a las 7.30 de un día lluvioso y helador, un hombre se encontró con un bebé de 18 meses que caminaba solo por una de las calles del extrarradio. Estaba descalzo y desnudo salvo por el pañal y lloraba llamando a su madre. La policía localizó a la familia y al llegar a la casa encontraron indicios de consumo de estupefacientes. El niño quedó bajo la tutela de la abuela materna.
Aparte de que, como ya he escrito en algún artículo, la pesadilla de la droga parece estar volviendo, estos dos casos me resultaron especialmente demoledores por su proximidad doméstica y por nuestra ceguera. Los ancianos que mueren sin que nadie se dé cuenta no son novedad, por desgracia. Lo mismo que los niños maltratados ante la indiferencia de los vecinos. Pero se diría que la frialdad social está en aumento. Por todos los santos, ¡pero si el quiosquero era todavía bastante joven y entraba y salía! Y, aun así, no lo vieron. Mea culpa: me temo que yo tampoco miro lo suficiente alrededor. Creo que nos esforzamos en no implicarnos con nuestro entorno. Es algo inconsciente, instintivo, una defensa egoísta propia de la gran ciudad. Demasiadas preocupaciones tengo, demasiado trabajo, ya cargo con mis obligaciones afectivas, mi familia, mis amigos, no voy a liarme la vida con los desconocidos. Nos sobra la gente. Nos molesta.
En 1980 pasé seis meses en Inglaterra mientras escribía una novela. Recuerdo que me impactaron los anuncios televisivos de una campaña gubernamental: si ves que se acumulan las botellas de leche o el correo en la puerta de tu vecino, actúa, decían. Y también: acostúmbrate a llamar de cuando en cuando a las personas mayores de tu calle o tu edificio para ver cómo están. Los mensajes me dejaron pasmada por la atomización social que reflejaban. Y me sentí superior porque en España eso no ocurría. Desde entonces ha transcurrido casi medio siglo; en 2018 la situación había empeorado tanto en Gran Bretaña que crearon un Ministerio de la Soledad y, en cuanto a nosotros, creo que podemos decir que nos hemos integrado plenamente en la tóxica modernidad del no ver, no hablar y no escuchar.
Es el pavoroso silencio de lo doméstico: una oscuridad que se agolpa al otro lado de las paredes de tu casa y de la que no queremos saber nada. A veces la ignorancia es fácil porque los compañeros de edificio son, en efecto, callados. Viejos que tienen la trágica elegancia de morirse solos con discreción. Pero en otras ocasiones hay ruidos demasiado inquietantes, niños y perros que lloran durante horas o días, escandaleras de golpes y de gritos, y yo diría que ni siquiera ahí, por lo general, hacemos algo. Qué vergüenza. Nos espantamos por la matanza de la lejana Gaza (que sin duda hay que hacerlo), pero no somos capaces de interesarnos por el dolor vecino.


Móviles extraescolares

El País. 31 de enero 2024
Pocos asuntos han logrado tanto consenso y en tan poco tiempo como la necesidad de regular el uso de los teléfonos móviles en la enseñanza y proteger a los menores frente a contenidos intrusivos que, como la pornografía, perturban su educación y su equilibrio emocional. A la espera de concretar la aplicación de medidas frente a los contenidos pornográficos, se ha avanzado mucho en el establecimiento de criterios para regular el empleo del celular en los centros escolares.
Diversas autonomías habían tomado ya alguna iniciativa, pero el espaldarazo definitivo a la regulación lo ha dado el Consejo Escolar del Estado, máximo órgano consultivo del Gobierno en materia educativa, que el pasado jueves aprobó por unanimidad la propuesta de prohibir el uso de los móviles en las etapas de Infantil y Primaria y limitar a fines exclusivamente pedagógicos su uso en Secundaria. La recomendación es que los aparatos permanezcan apagados desde que se entra en el centro hasta que se sale, incluido el tiempo de patio o de recreo. En el caso de la enseñanza posobligatoria, se deja la regulación al criterio de los centros.
La restricción del móvil está plenamente justificada. Diversos estudios han mostrado que el uso inadecuado de los dispositivos inteligentes supone un factor de distracción que interfiere en el aprendizaje. Uno de los síndromes característicos de la conducta adictiva es la sensación de estar perdiéndose algo si no se está permanentemente conectado. Cuando en el proceso de aprendizaje se produce una interrupción en la atención, cuesta tiempo recuperar la capacidad de concentración. Paradójicamente, el móvil actúa en muchos casos como un factor de aislamiento. Aunque facilita la comunicación a distancia, su presencia en el ámbito escolar reduce la capacidad de interacción entre los propios alumnos.
Resulta, no obstante, aconsejable que la regulación vaya acompañada de otras medidas, como tutorías o la promoción de alternativas de ocio y relación social en el tiempo libre. La ministra de Educación, Pilar Alegría, ha anunciado que llevará las recomendaciones del Consejo Escolar a la reunión prevista para hoy con las autonomías. A las que ya habían adoptado sus propias restricciones, como Murcia, Castilla-La Mancha, Galicia o Madrid, se sumó este martes Cataluña.
Los efectos de un uso inadecuado del teléfono móvil no se limitan, sin embargo, al espacio escolar. Avanzar hacia una educación digital responsable exige establecer para los menores ciertos límites de tiempo y lugares de uso dentro y fuera de los centros. Las familias deben ser conscientes del valor ejemplar que tiene su propio comportamiento a la hora de establecer patrones de utilización. Además de parte inevitable del presente, las nuevas tecnologías son un cauce para el conocimiento. En manos de los adultos está garantizar que no se conviertan en un muro.


La soledad del empollón

Najat El Hachmi
26 de enero de 2024. El País

No creo que en España haya menos personas naturalmente inteligentes que en otros lados. Sin embargo, uno de los datos que arrojaba el informe PISA y que ha quedado en segundo plano por el bochornoso nivel general, es que aquí hay menos alumnos excelentes, según contaba en detalle Ignacio Zafra. Y no es de extrañar. Por un lado, destacar en el ámbito educativo es comprar números para la lotería de ser la diana del acoso, así que no son pocos los estudiantes con altas capacidades que disimulan su condición como si de un defecto congénito se tratara. El uso de “empollón” como insulto demuestra esa inercia grupal que aplica el dicho castellano: “clavo que sobresale, merece martillo”. María Moliner me cuenta que a veces es más despectivo el “empollón” por esforzado que por talentoso pero da igual, si te va bien en los estudios es más que probable que tengas que trabajarte mucho la relación tanto con tus compañeros como con los maestros y profesores. Con los primeros para empezar entendiendo que sus ritmos y sus capacidades son distintas a las tuyas, algo en lo que hay que educar a los superdotados para que no acaben teniendo fama de engreídos que desprecian a quienes no aprenden tan rápido como ellos. Cuando en el aula hay un maestro capaz de gestionar la diversidad con la que se encuentra, también la de los que están por encima de la media, todo el grupo sale ganando porque aprendemos a desenvolvernos como en la vida misma.
Pero el otro problema es que ni el sistema ni muchos docentes están preparados para el reto que supone atender a unos alumnos con neuronas de alto rendimiento. A los profesores les pedimos que atiendan a todo pero llegan a donde llegan y si tienen que escoger entre prestar atención al que tiene dificultades o al que tira millas casi solo, pues se centra en el primero que lo va a tener todo peor. Así es como los empollones van siendo abandonados a su suerte, algo que también ocurre en las familias cuando hay hermanos no tan sobresalientes. Por otro lado, aunque existe una ley específica para dar respuesta a las necesidades de los más talentosos, en la práctica no se aplica por lo de siempre: la falta de recursos. Por eso hay chavales languideciendo en las aulas, aburriéndose en una vida más lenta que una tarde de domingo, chavales a los que les estamos matando el deseo de aprender y el enorme placer de desarrollar sus capacidades.

Ver y ser visto

Manuel Vicent, El País, 28 de enero de 2024
Hoy la cultura consiste en ver y en ser visto; la constituyen miles de millones de seres anónimos cuyo iPhone insertado en el bolsillo de la nalga les sirve para proyectar su pensamiento inane o su imagen de pelanas hasta más allá de las esferas celestes de Platón. Estos seres anónimos están sentados en los taburetes de la barra de un bar lleno de furia y ruido que da la vuelta al planeta. Esa enloquecida barra de bar no respeta espacios. Atraviesa las universidades de La Sorbona, Oxford y Harvard, pasa por el interior de la Capilla Sixtina del Vaticano, emerge en todos los prostíbulos y garitos, se adentra en los ambientes políticos de izquierdas y derechas y acaba formando un inmenso corro de la patata. Hoy todo el mundo escribe, pinta, baila, canta, opina, a la espera de obtener un momento estelar. ¿Se acuerdan de cómo era antiguamente un escritor famoso, un intelectual de moda? Hubo un tiempo en que su teléfono no paraba de sonar. Lo llamaban de todas partes, para una entrevista, para una charla, para encabezar un manifiesto, para llevar una pancarta. Se pasaba el día con los cascos puestos en una emisora de radio o sentado ante una cámara de televisión, recién maquillado y alguien le pedía perdón mientras le metía el cable del micrófono por debajo de la camisa y a una señal del realizador comenzaba a opinar de cualquier tema, del que probablemente sabía poco o nada. Podía permitirse cualquier salida, que sin duda sería celebrada. Durante el entreacto acudía la maquilladora al plató para empolvarle de nuevo la nariz y quitarle unos brillos de la frente. Hoy ese intelectual se ha transformado en miles de millones de seres anónimos con un iPhone en la mano. Su pensamiento singular se ha ahogado en el griterío de la barra de ese bar planetario donde si quiere ser visto u oído deberá gritar más alto que el de al lado o hacer el ganso como los demás.

No lo llames buen tiempo

Isaac Rosa
29 de enero de 2024 El diario.es

Veintitantos grados y solecito siendo enero es horrible, es lo peor. Pasear en manga corta, comer al aire libre, echar el domingo en la playa y hasta darte un remojón, siendo enero, son desgracias que no le deseo ni a mi peor enemigo. Salir por la mañana temprano sin bufanda ni guantes, quitar el edredón gordo, levantarte por la noche al baño y que la taza del váter no esté helada, siendo enero, qué desastre. No lo llaméis buen tiempo, por favor, es un tiempo espantoso, ojalá pase pronto y vuelvan los cero grados, las nieblas y el culo helado al orinar por la noche.
Perdón por la broma, pero por si no fuera ya difícil tomar conciencia del cambio climático, convertirlo en prioridad, y actuar o exigir que actúen quienes tienen más responsabilidad, además es contraintuitivo: nos regala buen tiempo en invierno, lo que toda la vida hemos llamado buen tiempo por mucho que el hombre del tiempo nos diga, mientras canta las temperaturas y enseña los mapas llenos de soles, que no, que hay que llamarlo mal tiempo. Si el cambio climático no nos cabe en la cabeza pues, siguiendo el análisis pesimista de Daniel Kahneman, los seres humanos somos incapaces de pensarlo -y por tanto actuar- debido a sus características; que en pleno mes de enero andemos de terracitas no ayuda tampoco mucho. Dan ganas de hacerse negacionista y disfrutar sin culpa el buen mal tiempo, o el mal buen tiempo.
Es verdad que en verano nos asaremos, y que encadenaremos media docena o más de olas de calor de mayo a octubre. Pero nuestra memoria climática es débil, el calor sufrido se nos olvida de un año para otro, y hacemos todo lo posible por adaptarnos: hogares mejor climatizados, más potencia de aire acondicionado, vacaciones en el norte, adaptar horarios laborales, y refugios climáticos quien no pueda pagárselo, que en la crisis climática por supuesto también hay desigualdad.
Que no haya acabado enero y ya hayamos batido decenas de récords históricos de temperatura en todo el país es una mala noticia que recibimos sentados al sol. Que se rocen los treinta grados en el Mediterráneo durante el mes más frío del año es una muy mala noticia que leemos en el parque o el paseo marítimo, paseándonos a cuerpo. Que Canarias declare por primera vez en un mes de enero la prealerta por incendios, o que en Navacerrada no bajen de diez grados por la noche, son pésimas noticias que comentamos en la terraza.
Que venimos de dos años consecutivos extremadamente cálidos. Que nos estamos quedando sin invierno, con las consecuencias que tiene sobre los ecosistemas y la agricultura. Que acabaré escribiendo el mismo artículo cada invierno, como una tradición más. Que ya hay quien vaticina que este verano caerán los cincuenta grados en alguna localidad. Que la crisis climática, como recordó esta semana pasada la ministra de Sanidad, es cada vez más una crisis de salud pública, que agrava la salud de los más vulnerables y deja miles de muertos al año. Que nos vamos a comer con patatas el turismo, la industria nacional -incluida la ampliación del aeropuerto de Barajas-, pues pronto no habrá quien venga a España en verano, con calor insoportable, sequía y el mar como una sopa de medusas. Y que la única respuesta de verdad contundente hasta ahora es la criminalización del activismo climático, equiparado a terrorismo.
Todo lo anterior es cierto, y también que estos días soleados y cálidos de enero nos ponen de buen humor, nos compensan de otros malestares, nos gustaría que no acabasen. Aunque sepamos que no es buen tiempo. Aunque sepamos que es urgente actuar.

Cuídense de ellas

Juan José Millás, Diario de Mallorca, 23 de enero de 2024

El éxito de Nadal (como persona, no como tenista) estaba basado en su normalidad. Esto era lo que a la gente le encantaba: que era normal. Rico y normal, famoso y normal, afortunado y normal. En muchas ocasiones escuché decir que se trataba del yerno deseado por cualquier familia normal. De ahí la extrañeza que ha producido su decisión de convertirse en embajador del tenis (o algo así) de un país con estructuras medievales desde cualquier punto de vista que se observe. Pero la normalidad, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, siempre ha sido muy peligrosa. Recuerden lo que ocurre cuando se entrevista a los vecinos de alguien que ha cometido un acto horroroso como, no sé, el de ir a comprar el pan con la cabeza de tu madre, recién decapitada, bajo el brazo:
-Pues se trataba de un hombre muy normal, muy educado -dice la vecina del cuarto.
-Siempre me daba las buenas tardes -asegura el vecino del tercero.
-A mí me ayudaba con las bolsas de la compra -remacha la portera de la finca.
Nadal no ha cometido algo tan atroz, pero denle tiempo porque es el epítome (signifique lo que signifique epítome) de la normalidad. Era (es) tan normal que prefería conducir un KIA a un Mercedes. Se lo escuché decir en una entrevista en La Resistencia, el programa de Broncano. Por supuesto, el tenista tiene en su garaje varios coches, cada uno mejor que el anterior, pero como sus gustos eran normales, prefería pasear con el KIA. Hace cuatro o cinco años salió una biografía suya sobre la que me abalancé, aunque no me interesa el tenis. Pero acababa de leer la de Agasi, que me pareció apasionante. Pues bien, tuve que abandonarla en la página 15 porque era un puro encefalograma plano. ¿Por qué? Por la normalidad.
De todos modos, no dejé de seguirle la pista porque temo a las personas normales más que a un tifón. Y no me ha defraudado: ahí lo tienen: embajador de un país en el que la pena de muerte se prescribe como la aspirina, en el que hay esclavismo o en el que las mujeres son consideradas legalmente menores de edad. ¿Y lo hace por necesidades económicas? No, lo hace por gusto, porque a las personas normales les gustan cosas raras. Cuídense de ellas.

La herencia de la lectura

Ignacio Escolar
16 de enero de 2024 El diario.es

De todo lo que aprendí de mis padres hay algo que siempre agradeceré: la pasión por la lectura, el hábito de leer. Fue un enorme privilegio, que determinó mi vida y que hasta mucho tiempo después no valoré. Mi madre y mi padre leían a todas horas, así que seguí leyendo yo también. Lo que había por casa para un chaval como era yo –Los Cinco, Los Siete Secretos, las novelas de Sherlock Holmes…– y también lo que sacaba del bibliobús, que llegaba a mi pueblo una vez por semana y donde solo podías coger prestado un tebeo por cada dos libros sin dibujos. Y así la letra fue entrando, edulcorada con los Asterix, los Blueberry, los Superlópez, los Mortadelo, los Tintín y los Lucky Luke. Era una infancia donde no había Internet, ni apenas videojuegos, ni dibujos animados fuera del horario infantil, ni nada en el ocio a mi alcance que pudiera ni lejanamente competir con los mundos increíbles de Emilio Salgari, de Michael Ende, de Arthur C. Clarke o de Isaac Asimov.

Sobre aquellas lecturas de la infancia construí mi gusto literario posterior. Fue una evolución inevitable y hasta lógica, como una tabla de multiplicar. De los Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco, de C. Clarke, pasé a El Aleph, de Jorge Luis Borges. Y de los cuentos de Borges a los de Ted Chiang. De Salgari a Jack London y, de ahí, a La isla del tesoro. De Robert Louis Stevenson al Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez y, desde ahí, a Cien años de soledad.

De joven también descubrí que no hay conocimiento sin letra escrita, que sin el hábito de la lectura es muy difícil el pensamiento abstracto, o la imaginación. Aún me sigue pasando, ¿a quién no? Nada abre más la mente que la palabra escrita. Y viceversa: tampoco sé ordenar mis pensamientos sin antes sentarme a escribir.

Ahora, el padre soy yo. Dos niños. El mayor tiene 14 años y logré engancharle a los libros gracias a Michael Ende –empezando por Jim Botón y Lucas el maquinista–, pero sobre todo al maravilloso Harry Potter de J. K. Rowling. Desde ahí, ya voló él, en una escoba mágica aún más difícil, porque por su atención compiten los Youtube y los TikTok. De Hogwarts saltó a Ready Player One, de Ernest Cline, a El Juego de Ender, de Orson Scott Card, a Proyecto Hail Mary de Andy Weir… Prohibirle tener móvil hasta hace muy poquito también ayudó. La única pantalla permitida de lunes a viernes era su libro electrónico: ni tele ni ordenador.

Con el pequeño –año y medio– solo acabo de empezar. Con cuentos ilustrados donde lo que más le emociona es descubrir a cada gato que hace “miau” y a cada perro que hace “guau guau”. Y ojalá esta herencia que me dejaron mis padres y que ahora lego a mis hijos llegue a mis nietos después, si es que los tengo alguna vez. Si es que el libro existe para entonces, que quiero pensar que sí. Y ojalá ninguno de ellos se parezca en lo más mínimo a Donald Trump, que presume –en su ignorancia– de no leer.
“Si no quieres ser como estos, lee”, que decían en La bola de cristal.


Estupidez artificial

Víctor La Puente
2 enero 2024 El País

Lo que da miedo de 2024 no es la inteligencia artificial, sino la estupidez humana. Lo tenebroso no son las nuevas formas de trabajar y relacionarnos que traerá la tecnología futura, sino las viejas lecciones de vida que trajeron las tecnologías pasadas y que no hemos aprendido. Y la principal es que cualquier cambio disruptivo ocasiona ganadores y perdedores y, si no te toman medidas proactivas, la enorme riqueza que genera una tecnología, como los molinos medievales o las máquinas de tejer en la revolución industrial, acaba en las manos de una élite y no de los campesinos, obreros o hiladoras.

Es la advertencia que Daron Acemoglu y Simon Johnson hacen en su libro Poder y progreso. Los datos apuntan a un aumento de la desigualdad tanto entre personas como entre territorios. Por ejemplo, en EE UU el 90% del crecimiento en el sector de la innovación se produce en tan solo cinco ciudades (Boston, San Francisco, San José, Seattle y San Diego), cinco oasis cada vez más luminosos en el creciente desierto en el que se convierte el continente norteamericano.

La robotización está eliminando y precarizando trabajos a la velocidad de un nanosegundo en el metaverso, pero no es inevitable. La inteligencia artificial puede tener dos efectos contrarios sobre el mercado laboral: automatizar los trabajos que hacen los humanos para, así, sustituirlos (como con los cajeros de supermercados) o aumentar los trabajos facilitando dispositivos tecnológicos a las personas que hagan más valiosos sus puestos de trabajo. Es lo que ocurre cuando se facilitan aparatos de radio-imagen a los sanitarios para que los usen en visitas a domicilio, o software complejo a los mecánicos de coches.

Y, hasta ahora, automatizar ha sido la prioridad sagrada. Pero no es solo de las empresas privadas, obsesionadas por reducir costes laborales, sino también de las administraciones públicas y los organismos que financian los proyectos científicos de inteligencia artificial. El ingenio que se suele premiar con una beca o un trabajo es el de quien es capaz de desarrollar un algoritmo que haga lo mismo que una persona a un coste inferior. El objetivo es derrotar al ser humano, no hacerlo más productivo.

Para conseguir una prosperidad compartida no necesitamos pues tanto un cambio de política o economía, como de filosofía: poner a la persona en el centro de la máquina.

Textos para practicar 2022-23

He creado un documento de Google donde todas las semanas voy subiendo artículos actuales que trabajo cada lunes con mi alumnado de 2º de Bachillerato y que son similares a los que suelen salir en Selectividad. Dejo el enlace por aquí:


Si quieres ampliar tu búsqueda de artículos, te recomiendo un grupo de Facebook compuesto por profesores de Lengua de toda España. En la actualidad, con el sistema de suscriptores de los periódicos digitales se hace difícil a veces acceder a los artículos de opinión y en este grupo se van subiendo casi a diario.


Asimismo, también tienes a tu disposición el trabajo realizado en años anteriores con recopilación de artículos periodísticos para EBAU Lengua.

Artículos Selectividad Lengua 2021

En 2021 lo vuelvo a hacer. En 2020 no acerté, pero no quedé cerca. Iré recopilando algunos artículos de opinión para trabajarlos en clase y que podrían caer como texto periodístico en el examen de EBAU Selectividad 2021. El año pasado puse enlaces, no solo de El País, sino también de otros periódicos, pero terminó volviendo a salir un artículos de El País. Debido a que el número de artículos que se publican a diario es bastante elevado, este año únicamente me centraré en este periódico del Grupo Prisa. 
 
Esta vez voy recopilando los artículos en un único documento de texto para que sea más fácil de trabajar. Lo intentaré actualizar semanalmente.
 
 

Selectividad 2020

En esta entrada iremos recopilando enlaces de artículos periodísticos de actualidad publicados en la prensa española sobre temáticas que podrían aparecer en el examen de Selectividad de Lengua Castellana y Literatura de la Prueba de Acceso a la Universidad en el año 2020. La lista irá creciendo poco a poco, por lo que es interesante que periódicamente visites este sitio.

Hasta el momento, siempre que en la prueba se ha dado un artículo de periódico ha pertenecido al diario EL PAÍS, pero no podemos descartar otros medios. Añado además LA RAZÓN y LA VANGUARDIA, ya que EL MUNDO y ABC no permiten acceso a los artículos de opinión en su versión gratuita. Incluiremos también algún diario digital como EL ESPAÑOL O PÚBLICO.

A más oferta, más ludopatía. EL PAÍS 19 sept. 2019
Aire limpio. EL PAÍS 20 sept. 2019
¡Viva el bar!. EL MUNDO 20 sept. 2019
Cambio climático: No es suficiente. EL PAÍS 28 sept. 2019
El mundo en 2050. EL PAÍS. 5 feb. 2020
El mundo gira despacio. EL PAÍS 16 feb 2020
Te la estás jugando. EL PAÍS 22 feb. 2020
'Dramavirus'. EL PAÍS 26 feb. 2020
Goliat contra David. EL PAÍS 29 feb 2020
Mira a los ojos de la gente. EL PAÍS. 4 marzo 2020
Sola y borracha. EL PAÍS. 5 marzo 2020
Vivir sin besos. EL PAÍS. 6 marzo 2020
La economía, en manos de un virus. LA RAZÓN 7 marzo 2020
El 8-M, en disputa El PAÍS. 8 marzo 2020
Miedo al otro. EL PAÍS. 8 de marzo 2020
Porvenir al borde del precipicio. EL PAÍS. 30 marzo 2020.
No son números, son personas. LA RAZÓN. 12 abril 2020.
Inmigración: vulnerables e invisibles. EL PAÍS. 13 abril 2020.
Estupor o alivio. EL PAÍS. 16 abril 2020.
Contémoslo todo. EL PAÍS. 16 abril 2020.
El coronavirus también obliga a reinventar la educación. EL ESPAÑOL. 16 abril 2020.
Colesterol. EL PAÍS. 18 abril 2020.
Liderazgos naturales. EL PAÍS. 19 abril 2020.
El virtus de la cultura. LA VANGUARDIA. 19 abril 2020.
Lo nuestro. EL PAÍS. 20 abril 2020
Impulso a la lectura. EL PAÍS. 23 abril 2020
La burda nihilista. EL PAÍS. 26 abril 2020
¿Tiene un tonto remedio? LA VANGUARDIA. 27 de abril 2020
Quieren legalizar la eutanasia. LA VANGUARDIA. 27 de abril 2020
El dardo en la palabra. EL PAÍS. 28 de abril 2020.
Ellas. LA VANGUARDIA. 17 de mayo 2020.
Fantasiosa. EL PAÍS. 18 de mayo 2020.
El guion de tu vida. EL PAÍS. 24 de mayo de 2020

El artículo de opinión que finalmente cayó

Ancianos: combatir la soledad. EL PAÍS. 3 de febrero de 2020