Posibles textos periodísticos Selectividad 2024


Si buscas textos periodísticos para preparar el examen de Lengua Castellana y Literatura de EBAU 2024, este es el lugar. Aquí iré subiendo textos de actualidad para practicar el comentario de texto periodístico.

Preguntas Selectividad Texto Argumentativo

Antes de pasar con posibles textos, recordamos preguntas de años anteriores para desarrollar el discurso argumentativo (pregunta 3 en EVAU Andalucía).
EVAU 2023. Exámenes titulares, suplentes y reservas
  • ¿Cree que el ser humano se expone demasiado en las redes sociales?
  • ¿Puede el ambiente familiar condicionar, de manera decisiva, la vida de las personas?
  • ¿Buscan los medios de comunicación actuales el sensacionalismo y el entretenimiento banal frente a los contenidos informativos serios?
  • ¿Considera que el amor es imprescindible para alcanzar la felicidad?
  • ¿Cree que la crisis económica actual acentúa las diferencias sociales?
  • ¿Cree que no hay que rendirse ante la adversidad para conseguir nuestros objetivos?
  • ¿Cree que los lazos de amistad que se establecen a través de las redes sociales son similares a los que se construyen de manera presencial?
  • ¿Cree que la sobreprotección de los hijos es contraproducente y a la larga les causa problemas?
  • ¿Pueden los deseos chocar contra la moralidad y el orden social impuestos?
  • La digitalización ¿facilita o complica la vida del ciudadano? 
  • ¿Están los padres preparados para orientar a sus hijos a desenvolverse en la sociedad actual?
  • ¿Puede considerarse la literatura como un refugio?
La respuesta consiste en elaborar un discurso argumentativo, entre 200 y 250 palabras, en respuesta a esta pregunta, eligiendo el tipo de estructura que considere adecuado.

Textos para prácticar PEvAU 2024

Negarse a perdonar

José Luis Sastre. El País. 3 de abril de 2024

El otro día hablamos en la radio del perdón y llamó una mujer —Cristina, de Málaga— para contar que se lo habían hecho pasar muy mal en el instituto y que, a los años, uno de los causantes de aquel acoso contactó con ella para disculparse. Todo había prescrito, salvo el olvido y el remordimiento. En realidad, ese hombre removió los recuerdos y contactó con Cristina después de décadas por algo que exigía más de ella que de sí mismo, porque lo que él buscaba era ser perdonado. No llamó tanto para pedir perdón como para que se lo dieran. Supongo que lo hizo para vivir sin culpa, que el perdón se suele rogar por una razón tan egoísta como dormir del tirón o, llegado el caso, reclamar una rebaja de la pena. Ocurre que algunos daños son imposibles de reparar y la culpa es lo menos que te puede quedar, sobre todo si tuviste la oportunidad de echarte atrás y no quisiste.
Que hayan pasado los años no parece una razón o un atenuante, más bien parece una constatación: demuestra que no tuviste el valor de afrontar a tiempo tu responsabilidad, que es un concepto que se usa poco. Se habla mucho del perdón y menos de la responsabilidad y quizá sea porque eso remite más a la ley que a los mandamientos.
Cristina se negó a perdonar porque negarse a hacerlo, aunque tenga mala fama, no significa vivir de rencores. Al revés, dijo ella: “Yo le dije que si quería perdón que llamase a un cura. Perdonarle era ser indulgente”. En ocasiones, negarse a perdonar sólo significa defender la dignidad de tu posición y reivindicar que ni eres ni fuiste menos que nadie y que, en cambio, esos que te trataron como tal te piden ahora la altura moral de la que ellos carecieron. A veces, negarse a perdonar es afirmarse.
Es difícil pensarlo en frío porque todos, en algún momento, tendremos un motivo o varios para pedir perdón por lo que sea, pero conviene empezar a verlo con otra óptica: la carga no puede estar en quien decide si perdona o no, sino en aquel que hizo algo sabiendo que estaba mal. El arrepentimiento puede que alivie su conciencia y resuelva un dilema religioso, pero eso no tiene por qué bastar a los demás. Eso no tiene nada que ver con la convivencia y el civismo.
Es verdad que algunas palabras traen una larga tradición religiosa y las personas creyentes tienen la opción de vivirlas de acuerdo con su fe, pero las ideas del perdón y de la culpa no pertenecen en exclusiva al campo religioso. Por eso, el perdón estará bien si es lo que nos apetece y nos libera, pero difícilmente podrá presentarse como una obligación ética. Puede que suceda como en el caso de Cristina, que lo liberador sea negarlo. Al cabo, siempre queda la resignación, que es otro valor religioso aunque no sólo.
Antes que el inevitable juicio que nos vayan a hacer los demás está el juicio que nos hagamos a nosotros mismos. Cristina, de Málaga, se alivió por el hecho de no perdonar: “No sentí que fuera peor persona ni que fuera a ir al infierno. Yo ya había estado allí”. Llegados a este punto, no sentirse peor persona resulta una proeza, muy parecida a lo que debe de ser la paz de la propia conciencia.

Llorar como Vinicius

Najat El Hachmi. El País 29 marzo 2024

El jugador del Real Madrid se echó a llorar en rueda de prensa al hablar del racismo que sufre en el campo y yo me acordé de las lágrimas invisibles de tantos chavales víctimas de tan absurda discriminación. Lloran los chicos a las puertas de las discotecas que solo hacen uso de su derecho de admisión cuando son morenos los que quieren entrar. Lloran de rabia cuando una y otra vez la policía les pide la documentación y les tocan siempre los registros aleatorios. Se tragan las lágrimas cuando el segurata del tren los trata con un desprecio que no está incluido en sus funciones, cuando desde detrás del mostrador son atendidos como si fueran idiotas, hablándoles muy despacio y a menudo gritando. También sollozarían de frustración si no se impusieran aguantar el tipo cuando en las entrevistas de trabajo ya notan las reticencias del empleador, cuando descubren que les pagan menos que a sus compañeros de pelo liso que, además, siempre ascienden más rápido. Aprietan los puños cuando los mandan a su país, aunque nacieron aquí y son “de aquí de toda la vida”. Para muchos, el fútbol es un espacio donde las frustraciones del racismo cotidiano que llevan pegado a la piel desaparecen porque en el campo lo más importante es la habilidad con la pelota. Y porque no son pocas las estrellas mundiales sobradas de melanina. Desde Pelé, el deporte ha servido a los chicos pobres y encerrados en prejuicios para sacar pecho como seres humanos iguales. Discriminan las personas y quienes tienen en sus manos la igualdad de oportunidades, pero la naturaleza reparte talentos innatos sin fijarse en el color de piel.

Como Vinicius, muchos chicos han crecido teniendo que acostumbrarse al insulto y como él no son pocos los que se han topado con la aparente paradoja de que cuanto más denuncias más te agreden. En realidad tiene lógica si tenemos en cuenta que el racista es un tipo sádico que disfruta viendo llorar a quien discrimina, que no atiende a razones porque su postura es ideológica y nada de lo que se le pueda decir hará que cambie sus creencias. Parte de la negación de la humanidad del que pretende rebajar y ni siquiera el éxito del negro lo lleva a cuestionarse a sí mismo. En este sentido, justificar uno su propia existencia ante él es contraproducente porque supone la aceptación del marco mental racista que ha sembrado la duda. No cabe defensa alguna ante quien no te reconoce, solo seguir con tu camino sorteando los obstáculos y no buscar nunca ni el permiso ni el aplauso de quienes disfrutan odiándote.

El dolor vecino

Rosa Montero. El País 03 marzo 2024
Debo confesar que hace mucho tiempo que me da miedo asomarme a los periódicos. No creo ser la única persona a la que le sucede; en mi caso, eso sí, el temor ha ido empeorando. Puede que la realidad sea cada vez más inhóspita, pero además es probable que yo vaya estando más blandurria, más frágil. También es natural. Contra lo que se suele pensar, estoy convencida de que cuando somos adolescentes poseemos una resistencia casi pétrea, pese a la facilidad con la que se llora en esa época (siempre por uno mismo: es una edad egocéntrica). Y es en la madurez tardía o en la vejez cuando el pellejo se te afina, cuando llueve sobre mojado porque ya has visto o vivido muchos dolores, cuando te conviertes en una princesa que ya no soporta el mínimo bulto de un guisante.
Y ni siquiera estoy hablando de los grandes horrores (Gaza, Ucrania, Sudán…) sino de sucesos más menudos, de un desconsuelo cotidiano que a veces se desborda. El otro día coincidieron estas dos historias: un hombre de 56 años, Carlos, quiosquero jubilado, sufrió un accidente doméstico y falleció, y su madre, una mujer incapacitada de 87 años de la que él cuidaba, murió en su cama de hambre y sed sin poder pedir ayuda. Los descubrieron, por el olor de la descomposición, casi un mes más tarde. Vivían en pleno Madrid y Carlos era el presidente de turno de la comunidad de vecinos. Que nadie se percatara antes de su ausencia me deja anonadada. Si esta noticia-guisante no te ha causado ya suficientes moretones en el espíritu, te cuento otra que venía al lado: en Petrer (Alicante), a las 7.30 de un día lluvioso y helador, un hombre se encontró con un bebé de 18 meses que caminaba solo por una de las calles del extrarradio. Estaba descalzo y desnudo salvo por el pañal y lloraba llamando a su madre. La policía localizó a la familia y al llegar a la casa encontraron indicios de consumo de estupefacientes. El niño quedó bajo la tutela de la abuela materna.
Aparte de que, como ya he escrito en algún artículo, la pesadilla de la droga parece estar volviendo, estos dos casos me resultaron especialmente demoledores por su proximidad doméstica y por nuestra ceguera. Los ancianos que mueren sin que nadie se dé cuenta no son novedad, por desgracia. Lo mismo que los niños maltratados ante la indiferencia de los vecinos. Pero se diría que la frialdad social está en aumento. Por todos los santos, ¡pero si el quiosquero era todavía bastante joven y entraba y salía! Y, aun así, no lo vieron. Mea culpa: me temo que yo tampoco miro lo suficiente alrededor. Creo que nos esforzamos en no implicarnos con nuestro entorno. Es algo inconsciente, instintivo, una defensa egoísta propia de la gran ciudad. Demasiadas preocupaciones tengo, demasiado trabajo, ya cargo con mis obligaciones afectivas, mi familia, mis amigos, no voy a liarme la vida con los desconocidos. Nos sobra la gente. Nos molesta.
En 1980 pasé seis meses en Inglaterra mientras escribía una novela. Recuerdo que me impactaron los anuncios televisivos de una campaña gubernamental: si ves que se acumulan las botellas de leche o el correo en la puerta de tu vecino, actúa, decían. Y también: acostúmbrate a llamar de cuando en cuando a las personas mayores de tu calle o tu edificio para ver cómo están. Los mensajes me dejaron pasmada por la atomización social que reflejaban. Y me sentí superior porque en España eso no ocurría. Desde entonces ha transcurrido casi medio siglo; en 2018 la situación había empeorado tanto en Gran Bretaña que crearon un Ministerio de la Soledad y, en cuanto a nosotros, creo que podemos decir que nos hemos integrado plenamente en la tóxica modernidad del no ver, no hablar y no escuchar.
Es el pavoroso silencio de lo doméstico: una oscuridad que se agolpa al otro lado de las paredes de tu casa y de la que no queremos saber nada. A veces la ignorancia es fácil porque los compañeros de edificio son, en efecto, callados. Viejos que tienen la trágica elegancia de morirse solos con discreción. Pero en otras ocasiones hay ruidos demasiado inquietantes, niños y perros que lloran durante horas o días, escandaleras de golpes y de gritos, y yo diría que ni siquiera ahí, por lo general, hacemos algo. Qué vergüenza. Nos espantamos por la matanza de la lejana Gaza (que sin duda hay que hacerlo), pero no somos capaces de interesarnos por el dolor vecino.


Móviles extraescolares

El País. 31 de enero 2024
Pocos asuntos han logrado tanto consenso y en tan poco tiempo como la necesidad de regular el uso de los teléfonos móviles en la enseñanza y proteger a los menores frente a contenidos intrusivos que, como la pornografía, perturban su educación y su equilibrio emocional. A la espera de concretar la aplicación de medidas frente a los contenidos pornográficos, se ha avanzado mucho en el establecimiento de criterios para regular el empleo del celular en los centros escolares.
Diversas autonomías habían tomado ya alguna iniciativa, pero el espaldarazo definitivo a la regulación lo ha dado el Consejo Escolar del Estado, máximo órgano consultivo del Gobierno en materia educativa, que el pasado jueves aprobó por unanimidad la propuesta de prohibir el uso de los móviles en las etapas de Infantil y Primaria y limitar a fines exclusivamente pedagógicos su uso en Secundaria. La recomendación es que los aparatos permanezcan apagados desde que se entra en el centro hasta que se sale, incluido el tiempo de patio o de recreo. En el caso de la enseñanza posobligatoria, se deja la regulación al criterio de los centros.
La restricción del móvil está plenamente justificada. Diversos estudios han mostrado que el uso inadecuado de los dispositivos inteligentes supone un factor de distracción que interfiere en el aprendizaje. Uno de los síndromes característicos de la conducta adictiva es la sensación de estar perdiéndose algo si no se está permanentemente conectado. Cuando en el proceso de aprendizaje se produce una interrupción en la atención, cuesta tiempo recuperar la capacidad de concentración. Paradójicamente, el móvil actúa en muchos casos como un factor de aislamiento. Aunque facilita la comunicación a distancia, su presencia en el ámbito escolar reduce la capacidad de interacción entre los propios alumnos.
Resulta, no obstante, aconsejable que la regulación vaya acompañada de otras medidas, como tutorías o la promoción de alternativas de ocio y relación social en el tiempo libre. La ministra de Educación, Pilar Alegría, ha anunciado que llevará las recomendaciones del Consejo Escolar a la reunión prevista para hoy con las autonomías. A las que ya habían adoptado sus propias restricciones, como Murcia, Castilla-La Mancha, Galicia o Madrid, se sumó este martes Cataluña.
Los efectos de un uso inadecuado del teléfono móvil no se limitan, sin embargo, al espacio escolar. Avanzar hacia una educación digital responsable exige establecer para los menores ciertos límites de tiempo y lugares de uso dentro y fuera de los centros. Las familias deben ser conscientes del valor ejemplar que tiene su propio comportamiento a la hora de establecer patrones de utilización. Además de parte inevitable del presente, las nuevas tecnologías son un cauce para el conocimiento. En manos de los adultos está garantizar que no se conviertan en un muro.


La soledad del empollón

Najat El Hachmi
26 de enero de 2024. El País

No creo que en España haya menos personas naturalmente inteligentes que en otros lados. Sin embargo, uno de los datos que arrojaba el informe PISA y que ha quedado en segundo plano por el bochornoso nivel general, es que aquí hay menos alumnos excelentes, según contaba en detalle Ignacio Zafra. Y no es de extrañar. Por un lado, destacar en el ámbito educativo es comprar números para la lotería de ser la diana del acoso, así que no son pocos los estudiantes con altas capacidades que disimulan su condición como si de un defecto congénito se tratara. El uso de “empollón” como insulto demuestra esa inercia grupal que aplica el dicho castellano: “clavo que sobresale, merece martillo”. María Moliner me cuenta que a veces es más despectivo el “empollón” por esforzado que por talentoso pero da igual, si te va bien en los estudios es más que probable que tengas que trabajarte mucho la relación tanto con tus compañeros como con los maestros y profesores. Con los primeros para empezar entendiendo que sus ritmos y sus capacidades son distintas a las tuyas, algo en lo que hay que educar a los superdotados para que no acaben teniendo fama de engreídos que desprecian a quienes no aprenden tan rápido como ellos. Cuando en el aula hay un maestro capaz de gestionar la diversidad con la que se encuentra, también la de los que están por encima de la media, todo el grupo sale ganando porque aprendemos a desenvolvernos como en la vida misma.
Pero el otro problema es que ni el sistema ni muchos docentes están preparados para el reto que supone atender a unos alumnos con neuronas de alto rendimiento. A los profesores les pedimos que atiendan a todo pero llegan a donde llegan y si tienen que escoger entre prestar atención al que tiene dificultades o al que tira millas casi solo, pues se centra en el primero que lo va a tener todo peor. Así es como los empollones van siendo abandonados a su suerte, algo que también ocurre en las familias cuando hay hermanos no tan sobresalientes. Por otro lado, aunque existe una ley específica para dar respuesta a las necesidades de los más talentosos, en la práctica no se aplica por lo de siempre: la falta de recursos. Por eso hay chavales languideciendo en las aulas, aburriéndose en una vida más lenta que una tarde de domingo, chavales a los que les estamos matando el deseo de aprender y el enorme placer de desarrollar sus capacidades.

Ver y ser visto

Manuel Vicent, El País, 28 de enero de 2024
Hoy la cultura consiste en ver y en ser visto; la constituyen miles de millones de seres anónimos cuyo iPhone insertado en el bolsillo de la nalga les sirve para proyectar su pensamiento inane o su imagen de pelanas hasta más allá de las esferas celestes de Platón. Estos seres anónimos están sentados en los taburetes de la barra de un bar lleno de furia y ruido que da la vuelta al planeta. Esa enloquecida barra de bar no respeta espacios. Atraviesa las universidades de La Sorbona, Oxford y Harvard, pasa por el interior de la Capilla Sixtina del Vaticano, emerge en todos los prostíbulos y garitos, se adentra en los ambientes políticos de izquierdas y derechas y acaba formando un inmenso corro de la patata. Hoy todo el mundo escribe, pinta, baila, canta, opina, a la espera de obtener un momento estelar. ¿Se acuerdan de cómo era antiguamente un escritor famoso, un intelectual de moda? Hubo un tiempo en que su teléfono no paraba de sonar. Lo llamaban de todas partes, para una entrevista, para una charla, para encabezar un manifiesto, para llevar una pancarta. Se pasaba el día con los cascos puestos en una emisora de radio o sentado ante una cámara de televisión, recién maquillado y alguien le pedía perdón mientras le metía el cable del micrófono por debajo de la camisa y a una señal del realizador comenzaba a opinar de cualquier tema, del que probablemente sabía poco o nada. Podía permitirse cualquier salida, que sin duda sería celebrada. Durante el entreacto acudía la maquilladora al plató para empolvarle de nuevo la nariz y quitarle unos brillos de la frente. Hoy ese intelectual se ha transformado en miles de millones de seres anónimos con un iPhone en la mano. Su pensamiento singular se ha ahogado en el griterío de la barra de ese bar planetario donde si quiere ser visto u oído deberá gritar más alto que el de al lado o hacer el ganso como los demás.

No lo llames buen tiempo

Isaac Rosa
29 de enero de 2024 El diario.es

Veintitantos grados y solecito siendo enero es horrible, es lo peor. Pasear en manga corta, comer al aire libre, echar el domingo en la playa y hasta darte un remojón, siendo enero, son desgracias que no le deseo ni a mi peor enemigo. Salir por la mañana temprano sin bufanda ni guantes, quitar el edredón gordo, levantarte por la noche al baño y que la taza del váter no esté helada, siendo enero, qué desastre. No lo llaméis buen tiempo, por favor, es un tiempo espantoso, ojalá pase pronto y vuelvan los cero grados, las nieblas y el culo helado al orinar por la noche.
Perdón por la broma, pero por si no fuera ya difícil tomar conciencia del cambio climático, convertirlo en prioridad, y actuar o exigir que actúen quienes tienen más responsabilidad, además es contraintuitivo: nos regala buen tiempo en invierno, lo que toda la vida hemos llamado buen tiempo por mucho que el hombre del tiempo nos diga, mientras canta las temperaturas y enseña los mapas llenos de soles, que no, que hay que llamarlo mal tiempo. Si el cambio climático no nos cabe en la cabeza pues, siguiendo el análisis pesimista de Daniel Kahneman, los seres humanos somos incapaces de pensarlo -y por tanto actuar- debido a sus características; que en pleno mes de enero andemos de terracitas no ayuda tampoco mucho. Dan ganas de hacerse negacionista y disfrutar sin culpa el buen mal tiempo, o el mal buen tiempo.
Es verdad que en verano nos asaremos, y que encadenaremos media docena o más de olas de calor de mayo a octubre. Pero nuestra memoria climática es débil, el calor sufrido se nos olvida de un año para otro, y hacemos todo lo posible por adaptarnos: hogares mejor climatizados, más potencia de aire acondicionado, vacaciones en el norte, adaptar horarios laborales, y refugios climáticos quien no pueda pagárselo, que en la crisis climática por supuesto también hay desigualdad.
Que no haya acabado enero y ya hayamos batido decenas de récords históricos de temperatura en todo el país es una mala noticia que recibimos sentados al sol. Que se rocen los treinta grados en el Mediterráneo durante el mes más frío del año es una muy mala noticia que leemos en el parque o el paseo marítimo, paseándonos a cuerpo. Que Canarias declare por primera vez en un mes de enero la prealerta por incendios, o que en Navacerrada no bajen de diez grados por la noche, son pésimas noticias que comentamos en la terraza.
Que venimos de dos años consecutivos extremadamente cálidos. Que nos estamos quedando sin invierno, con las consecuencias que tiene sobre los ecosistemas y la agricultura. Que acabaré escribiendo el mismo artículo cada invierno, como una tradición más. Que ya hay quien vaticina que este verano caerán los cincuenta grados en alguna localidad. Que la crisis climática, como recordó esta semana pasada la ministra de Sanidad, es cada vez más una crisis de salud pública, que agrava la salud de los más vulnerables y deja miles de muertos al año. Que nos vamos a comer con patatas el turismo, la industria nacional -incluida la ampliación del aeropuerto de Barajas-, pues pronto no habrá quien venga a España en verano, con calor insoportable, sequía y el mar como una sopa de medusas. Y que la única respuesta de verdad contundente hasta ahora es la criminalización del activismo climático, equiparado a terrorismo.
Todo lo anterior es cierto, y también que estos días soleados y cálidos de enero nos ponen de buen humor, nos compensan de otros malestares, nos gustaría que no acabasen. Aunque sepamos que no es buen tiempo. Aunque sepamos que es urgente actuar.

Cuídense de ellas

Juan José Millás, Diario de Mallorca, 23 de enero de 2024

El éxito de Nadal (como persona, no como tenista) estaba basado en su normalidad. Esto era lo que a la gente le encantaba: que era normal. Rico y normal, famoso y normal, afortunado y normal. En muchas ocasiones escuché decir que se trataba del yerno deseado por cualquier familia normal. De ahí la extrañeza que ha producido su decisión de convertirse en embajador del tenis (o algo así) de un país con estructuras medievales desde cualquier punto de vista que se observe. Pero la normalidad, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, siempre ha sido muy peligrosa. Recuerden lo que ocurre cuando se entrevista a los vecinos de alguien que ha cometido un acto horroroso como, no sé, el de ir a comprar el pan con la cabeza de tu madre, recién decapitada, bajo el brazo:
-Pues se trataba de un hombre muy normal, muy educado -dice la vecina del cuarto.
-Siempre me daba las buenas tardes -asegura el vecino del tercero.
-A mí me ayudaba con las bolsas de la compra -remacha la portera de la finca.
Nadal no ha cometido algo tan atroz, pero denle tiempo porque es el epítome (signifique lo que signifique epítome) de la normalidad. Era (es) tan normal que prefería conducir un KIA a un Mercedes. Se lo escuché decir en una entrevista en La Resistencia, el programa de Broncano. Por supuesto, el tenista tiene en su garaje varios coches, cada uno mejor que el anterior, pero como sus gustos eran normales, prefería pasear con el KIA. Hace cuatro o cinco años salió una biografía suya sobre la que me abalancé, aunque no me interesa el tenis. Pero acababa de leer la de Agasi, que me pareció apasionante. Pues bien, tuve que abandonarla en la página 15 porque era un puro encefalograma plano. ¿Por qué? Por la normalidad.
De todos modos, no dejé de seguirle la pista porque temo a las personas normales más que a un tifón. Y no me ha defraudado: ahí lo tienen: embajador de un país en el que la pena de muerte se prescribe como la aspirina, en el que hay esclavismo o en el que las mujeres son consideradas legalmente menores de edad. ¿Y lo hace por necesidades económicas? No, lo hace por gusto, porque a las personas normales les gustan cosas raras. Cuídense de ellas.

La herencia de la lectura

Ignacio Escolar
16 de enero de 2024 El diario.es

De todo lo que aprendí de mis padres hay algo que siempre agradeceré: la pasión por la lectura, el hábito de leer. Fue un enorme privilegio, que determinó mi vida y que hasta mucho tiempo después no valoré. Mi madre y mi padre leían a todas horas, así que seguí leyendo yo también. Lo que había por casa para un chaval como era yo –Los Cinco, Los Siete Secretos, las novelas de Sherlock Holmes…– y también lo que sacaba del bibliobús, que llegaba a mi pueblo una vez por semana y donde solo podías coger prestado un tebeo por cada dos libros sin dibujos. Y así la letra fue entrando, edulcorada con los Asterix, los Blueberry, los Superlópez, los Mortadelo, los Tintín y los Lucky Luke. Era una infancia donde no había Internet, ni apenas videojuegos, ni dibujos animados fuera del horario infantil, ni nada en el ocio a mi alcance que pudiera ni lejanamente competir con los mundos increíbles de Emilio Salgari, de Michael Ende, de Arthur C. Clarke o de Isaac Asimov.

Sobre aquellas lecturas de la infancia construí mi gusto literario posterior. Fue una evolución inevitable y hasta lógica, como una tabla de multiplicar. De los Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco, de C. Clarke, pasé a El Aleph, de Jorge Luis Borges. Y de los cuentos de Borges a los de Ted Chiang. De Salgari a Jack London y, de ahí, a La isla del tesoro. De Robert Louis Stevenson al Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez y, desde ahí, a Cien años de soledad.

De joven también descubrí que no hay conocimiento sin letra escrita, que sin el hábito de la lectura es muy difícil el pensamiento abstracto, o la imaginación. Aún me sigue pasando, ¿a quién no? Nada abre más la mente que la palabra escrita. Y viceversa: tampoco sé ordenar mis pensamientos sin antes sentarme a escribir.

Ahora, el padre soy yo. Dos niños. El mayor tiene 14 años y logré engancharle a los libros gracias a Michael Ende –empezando por Jim Botón y Lucas el maquinista–, pero sobre todo al maravilloso Harry Potter de J. K. Rowling. Desde ahí, ya voló él, en una escoba mágica aún más difícil, porque por su atención compiten los Youtube y los TikTok. De Hogwarts saltó a Ready Player One, de Ernest Cline, a El Juego de Ender, de Orson Scott Card, a Proyecto Hail Mary de Andy Weir… Prohibirle tener móvil hasta hace muy poquito también ayudó. La única pantalla permitida de lunes a viernes era su libro electrónico: ni tele ni ordenador.

Con el pequeño –año y medio– solo acabo de empezar. Con cuentos ilustrados donde lo que más le emociona es descubrir a cada gato que hace “miau” y a cada perro que hace “guau guau”. Y ojalá esta herencia que me dejaron mis padres y que ahora lego a mis hijos llegue a mis nietos después, si es que los tengo alguna vez. Si es que el libro existe para entonces, que quiero pensar que sí. Y ojalá ninguno de ellos se parezca en lo más mínimo a Donald Trump, que presume –en su ignorancia– de no leer.
“Si no quieres ser como estos, lee”, que decían en La bola de cristal.


Estupidez artificial

Víctor La Puente
2 enero 2024 El País

Lo que da miedo de 2024 no es la inteligencia artificial, sino la estupidez humana. Lo tenebroso no son las nuevas formas de trabajar y relacionarnos que traerá la tecnología futura, sino las viejas lecciones de vida que trajeron las tecnologías pasadas y que no hemos aprendido. Y la principal es que cualquier cambio disruptivo ocasiona ganadores y perdedores y, si no te toman medidas proactivas, la enorme riqueza que genera una tecnología, como los molinos medievales o las máquinas de tejer en la revolución industrial, acaba en las manos de una élite y no de los campesinos, obreros o hiladoras.

Es la advertencia que Daron Acemoglu y Simon Johnson hacen en su libro Poder y progreso. Los datos apuntan a un aumento de la desigualdad tanto entre personas como entre territorios. Por ejemplo, en EE UU el 90% del crecimiento en el sector de la innovación se produce en tan solo cinco ciudades (Boston, San Francisco, San José, Seattle y San Diego), cinco oasis cada vez más luminosos en el creciente desierto en el que se convierte el continente norteamericano.

La robotización está eliminando y precarizando trabajos a la velocidad de un nanosegundo en el metaverso, pero no es inevitable. La inteligencia artificial puede tener dos efectos contrarios sobre el mercado laboral: automatizar los trabajos que hacen los humanos para, así, sustituirlos (como con los cajeros de supermercados) o aumentar los trabajos facilitando dispositivos tecnológicos a las personas que hagan más valiosos sus puestos de trabajo. Es lo que ocurre cuando se facilitan aparatos de radio-imagen a los sanitarios para que los usen en visitas a domicilio, o software complejo a los mecánicos de coches.

Y, hasta ahora, automatizar ha sido la prioridad sagrada. Pero no es solo de las empresas privadas, obsesionadas por reducir costes laborales, sino también de las administraciones públicas y los organismos que financian los proyectos científicos de inteligencia artificial. El ingenio que se suele premiar con una beca o un trabajo es el de quien es capaz de desarrollar un algoritmo que haga lo mismo que una persona a un coste inferior. El objetivo es derrotar al ser humano, no hacerlo más productivo.

Para conseguir una prosperidad compartida no necesitamos pues tanto un cambio de política o economía, como de filosofía: poner a la persona en el centro de la máquina.

Textos para practicar 2022-23

He creado un documento de Google donde todas las semanas voy subiendo artículos actuales que trabajo cada lunes con mi alumnado de 2º de Bachillerato y que son similares a los que suelen salir en Selectividad. Dejo el enlace por aquí:


Si quieres ampliar tu búsqueda de artículos, te recomiendo un grupo de Facebook compuesto por profesores de Lengua de toda España. En la actualidad, con el sistema de suscriptores de los periódicos digitales se hace difícil a veces acceder a los artículos de opinión y en este grupo se van subiendo casi a diario.


Asimismo, también tienes a tu disposición el trabajo realizado en años anteriores con recopilación de artículos periodísticos para EBAU Lengua.

Artículos Selectividad Lengua 2021

En 2021 lo vuelvo a hacer. En 2020 no acerté, pero no quedé cerca. Iré recopilando algunos artículos de opinión para trabajarlos en clase y que podrían caer como texto periodístico en el examen de EBAU Selectividad 2021. El año pasado puse enlaces, no solo de El País, sino también de otros periódicos, pero terminó volviendo a salir un artículos de El País. Debido a que el número de artículos que se publican a diario es bastante elevado, este año únicamente me centraré en este periódico del Grupo Prisa. 
 
Esta vez voy recopilando los artículos en un único documento de texto para que sea más fácil de trabajar. Lo intentaré actualizar semanalmente.
 
 

Selectividad 2020

En esta entrada iremos recopilando enlaces de artículos periodísticos de actualidad publicados en la prensa española sobre temáticas que podrían aparecer en el examen de Selectividad de Lengua Castellana y Literatura de la Prueba de Acceso a la Universidad en el año 2020. La lista irá creciendo poco a poco, por lo que es interesante que periódicamente visites este sitio.

Hasta el momento, siempre que en la prueba se ha dado un artículo de periódico ha pertenecido al diario EL PAÍS, pero no podemos descartar otros medios. Añado además LA RAZÓN y LA VANGUARDIA, ya que EL MUNDO y ABC no permiten acceso a los artículos de opinión en su versión gratuita. Incluiremos también algún diario digital como EL ESPAÑOL O PÚBLICO.

A más oferta, más ludopatía. EL PAÍS 19 sept. 2019
Aire limpio. EL PAÍS 20 sept. 2019
¡Viva el bar!. EL MUNDO 20 sept. 2019
Cambio climático: No es suficiente. EL PAÍS 28 sept. 2019
El mundo en 2050. EL PAÍS. 5 feb. 2020
El mundo gira despacio. EL PAÍS 16 feb 2020
Te la estás jugando. EL PAÍS 22 feb. 2020
'Dramavirus'. EL PAÍS 26 feb. 2020
Goliat contra David. EL PAÍS 29 feb 2020
Mira a los ojos de la gente. EL PAÍS. 4 marzo 2020
Sola y borracha. EL PAÍS. 5 marzo 2020
Vivir sin besos. EL PAÍS. 6 marzo 2020
La economía, en manos de un virus. LA RAZÓN 7 marzo 2020
El 8-M, en disputa El PAÍS. 8 marzo 2020
Miedo al otro. EL PAÍS. 8 de marzo 2020
Porvenir al borde del precipicio. EL PAÍS. 30 marzo 2020.
No son números, son personas. LA RAZÓN. 12 abril 2020.
Inmigración: vulnerables e invisibles. EL PAÍS. 13 abril 2020.
Estupor o alivio. EL PAÍS. 16 abril 2020.
Contémoslo todo. EL PAÍS. 16 abril 2020.
El coronavirus también obliga a reinventar la educación. EL ESPAÑOL. 16 abril 2020.
Colesterol. EL PAÍS. 18 abril 2020.
Liderazgos naturales. EL PAÍS. 19 abril 2020.
El virtus de la cultura. LA VANGUARDIA. 19 abril 2020.
Lo nuestro. EL PAÍS. 20 abril 2020
Impulso a la lectura. EL PAÍS. 23 abril 2020
La burda nihilista. EL PAÍS. 26 abril 2020
¿Tiene un tonto remedio? LA VANGUARDIA. 27 de abril 2020
Quieren legalizar la eutanasia. LA VANGUARDIA. 27 de abril 2020
El dardo en la palabra. EL PAÍS. 28 de abril 2020.
Ellas. LA VANGUARDIA. 17 de mayo 2020.
Fantasiosa. EL PAÍS. 18 de mayo 2020.
El guion de tu vida. EL PAÍS. 24 de mayo de 2020

El artículo de opinión que finalmente cayó

Ancianos: combatir la soledad. EL PAÍS. 3 de febrero de 2020